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5 de agosto de 2025 a las 12:05

IA: ¿Bendición o maldición humana?

La irrupción de cualquier tecnología disruptiva, y la inteligencia artificial no es una excepción, suele venir acompañada de una dosis de fascinación y temor, a menudo desproporcionados. Nos preguntamos si las máquinas nos reemplazarán, si nos liberarán de tareas tediosas, o si, en última instancia, nos obligarán a redefinir qué nos hace humanos. En el caso de la inteligencia artificial, esta inquietud se ha intensificado con la llegada de la IA generativa y los modelos fundacionales, como los grandes modelos de lenguaje (LLM), que parecen emular capacidades humanas como la creatividad y la comunicación.

La idea de una inteligencia artificial general (AGI), capaz de igualar o superar la inteligencia humana, resuena con fuerza en el imaginario colectivo, alimentada por conceptos como la "singularidad" o la "superinteligencia". El revuelo mediático en torno a herramientas como ChatGPT, con su asombrosa capacidad para generar textos y simular conversaciones, refuerza esta idea. Muchos se preguntan si estamos presenciando el nacimiento de una nueva era, donde las máquinas no solo realizan tareas mecánicas, sino también actividades intelectuales complejas.

Sin embargo, esta visión, a menudo catastrofista, parte de una premisa errónea: la de que la inteligencia artificial y la inteligencia humana son comparables y, por lo tanto, compiten entre sí. En realidad, se trata de dos tipos de inteligencia diferentes. La IA, incluso en sus formas más avanzadas, se limita a simular aspectos específicos de la inteligencia humana. Mientras que las máquinas destacan en el cálculo y la velocidad de procesamiento, la inteligencia humana abarca un espectro mucho más amplio, incluyendo la comprensión, la reflexión, las emociones, la moral y la capacidad de establecer objetivos significativos.

El debate sobre la "superinteligencia" a menudo se centra en la capacidad de las máquinas para alcanzar y superar el rendimiento humano en tareas específicas. Sin embargo, se ignora un aspecto crucial: la inteligencia no se define únicamente por la eficiencia en la consecución de objetivos, sino también por la capacidad de definir esos objetivos de forma responsable y en un contexto complejo. La inteligencia humana no es meramente instrumental, sino que implica la ponderación de valores, la gestión de conflictos y la adaptación a situaciones nuevas.

Los grandes modelos de lenguaje, como ChatGPT, son un ejemplo paradigmático de las fortalezas y limitaciones de la IA actual. Su capacidad para procesar ingentes cantidades de datos y generar textos coherentes es impresionante. Sin embargo, dependen de la información preexistente y carecen de la capacidad de generar conocimiento genuinamente nuevo. Pueden imitar el lenguaje humano, pero no comprender su significado profundo ni aportar nuevas perspectivas.

En definitiva, la clave para una relación menos histérica con la inteligencia artificial reside en comprender sus límites y reconocer su naturaleza complementaria a la inteligencia humana. En lugar de temer una supuesta rivalidad, debemos explorar las sinergias entre ambas, aprovechando las fortalezas de las máquinas para potenciar nuestras capacidades y abordar los desafíos del futuro con una inteligencia más completa y humana. La verdadera inteligencia no se limita a la eficiencia, sino que abarca la comprensión, la creatividad y la responsabilidad.

Fuente: El Heraldo de México