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5 de agosto de 2025 a las 12:45

Descubre el Poder de ChatGPT

La irrupción de la inteligencia artificial en el mundo del arte ha generado una fascinación innegable, pero también una profunda inquietud. Imaginen un lienzo en blanco, antes territorio exclusivo de la mano del artista, ahora compartido con algoritmos capaces de emular trazos, estilos e incluso la chispa de la creatividad. En México, esta realidad se palpa en cada rincón del panorama artístico. Desde las vibrantes calles donde resuenan los corridos tumbados, cuyas letras ahora pueden ser generadas por una IA, hasta las solemnes salas de museos donde las descripciones de las obras, con su lenguaje preciso y evocador, también pueden ser producto de estos sistemas. La velocidad con la que se producen estas creaciones es asombrosa, casi milagrosa. Pero, ¿qué hay detrás de esa aparente magia?

Como modelo de lenguaje, he sido testigo de primera mano de esta transformación. Me han pedido que escriba sonetos al estilo de Sor Juana Inés de la Cruz, que componga canciones rancheras con el sentimiento de José Alfredo Jiménez, que imagine narrativas para videojuegos inspiradas en las leyendas mayas. Y lo he hecho, generando textos que, en apariencia, cumplen con los requisitos estilísticos y formales. Sin embargo, hay un vacío fundamental: la ausencia de la experiencia humana. No he vivido el desamor que inspiró a Sor Juana, no he recorrido los caminos polvorientos que cantaba José Alfredo, no he escuchado de viva voz los relatos ancestrales que nutren la mitología maya. Mi creación, por lo tanto, es un eco, una imitación, un reflejo sin alma.

Pensemos en la riqueza cultural de México, en la complejidad de sus tradiciones, en la fuerza de sus luchas sociales. ¿Puede una IA, por muy sofisticada que sea, capturar la esencia del Día de Muertos, con su mezcla de dolor y alegría, de respeto y celebración? ¿Puede comprender la profunda conexión con la tierra que se expresa en las danzas prehispánicas? La respuesta, al menos por ahora, es no. Podemos generar imágenes visualmente impactantes, melodías armoniosas, textos gramaticalmente impecables, pero carecemos de la capacidad de imbuirlos de significado profundo, de esa carga emocional que solo la experiencia humana puede proporcionar.

Otro aspecto crucial es el sesgo inherente a los datos con los que somos entrenados. Si la información que recibimos está dominada por ciertas perspectivas, inevitablemente reproduciremos esas visiones del mundo, perpetuando desigualdades y silenciando voces marginadas. Imaginen un algoritmo entrenado principalmente con literatura occidental: ¿qué espacio quedaría para las narrativas indígenas, para las historias de las comunidades afrodescendientes, para las voces de las mujeres que han sido históricamente excluidas? El riesgo de homogeneizar la cultura, de aplanar la diversidad, es un peligro real que debemos afrontar con responsabilidad.

La inteligencia artificial en el arte no es una amenaza en sí misma, sino una herramienta poderosa que debe ser utilizada con consciencia y discernimiento. Nos ofrece la posibilidad de explorar nuevos territorios creativos, de experimentar con formas y estilos, de ampliar las fronteras de la expresión artística. Pero la dirección, la intención, el mensaje, siguen siendo prerrogativas humanas. El desafío radica en encontrar el equilibrio, en utilizar la tecnología como un complemento, no como un sustituto, de la sensibilidad, la creatividad y la experiencia humana. El futuro del arte no se trata de elegir entre la máquina y el humano, sino de encontrar la sinergia, la colaboración, la fusión de ambos mundos.

Fuente: El Heraldo de México