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5 de agosto de 2025 a las 06:35

¡A Clases con Estilo Retro!

La nostalgia nos invade al recordar aquellos años escolares, marcados por útiles que hoy parecen reliquias. ¿Quién no recuerda la emoción de estrenar la caja de lápices de colores Mapita, con su inconfundible mapa de México adornando el empaque? O los Blanca Nieves, con su aura misteriosa de bruja, cocodrilo y castillo tenebroso. Eran tiempos más sencillos, donde la simpleza de estos útiles escolares bastaba para llenarnos de ilusión ante un nuevo ciclo escolar. Su bajo costo y fácil acceso los convertían en compañeros infalibles de generación tras generación. Hablar de los 80 y 90 es hablar de la icónica Trapper Keeper. Esa carpeta, más que un simple contenedor de hojas, era un símbolo de estatus, una extensión de nuestra personalidad. Adornadas con vibrantes diseños, desde caricaturas hasta videojuegos, las Trapper Keepers eran un lienzo donde plasmábamos nuestros gustos y preferencias. El sonido del velcro al abrir y cerrar la solapa era la banda sonora de nuestras jornadas escolares.

Y qué decir de los mapas de Europa. Para quienes crecimos antes de la caída del Muro de Berlín, la Unión Soviética era una gigantesca mancha roja que dominaba el este del continente. Comprar un mapa en la papelería era una ventana a la geopolítica de la época. Si por casualidad adquirías uno después de 1991, la repentina desaparición de la URSS te dejaba con una sensación de extrañeza, como si una pieza del rompecabezas mundial hubiera desaparecido.

Antes de la era digital, cuando las computadoras eran un lujo inaccesible para la mayoría, la máquina de escribir reinaba en los trabajos escolares que exigían formalidad. El tecleo rítmico de las teclas, el sonido del carro al llegar al final de la línea, eran la melodía que acompañaba la creación de nuestros ensayos y proyectos. Y si cometíamos un error, ahí estaba la cinta correctora, nuestra fiel aliada. Esa pequeña tira blanca, casi mágica, que cubría nuestras equivocaciones con una precisión milimétrica.

Finalmente, el papel calca, el recurso infalible para quienes no teníamos el don del dibujo. Con su capa de carbón, nos permitía replicar imágenes con una facilidad asombrosa. Simplemente colocábamos el papel sobre la imagen deseada, repasábamos los contornos con un lápiz y ¡voilà! Una copia perfecta. El papel calca no solo nos salvaba en las clases de arte, sino que también era una herramienta invaluable para duplicar textos mecanografiados, ahorrándonos horas de trabajo.

Estos útiles escolares, hoy casi olvidados, son mucho más que simples objetos. Son recuerdos tangibles de una época, testimonios de una forma diferente de aprender y de vivir la escuela. Evocan la nostalgia de una infancia y adolescencia analógica, donde la creatividad y la imaginación eran nuestras principales herramientas. Recordarlos es un viaje en el tiempo, un regreso a aquellos años donde la simpleza de un lápiz de colores o el sonido de una máquina de escribir eran suficientes para llenarnos de emoción.

Fuente: El Heraldo de México