
4 de agosto de 2025 a las 15:25
Juliana: Revelaciones de sus últimos momentos
La tragedia en el Monte Rinjani ha dejado una profunda cicatriz, no solo en la familia de Juliana Marins, sino también en la comunidad de montañismo y en la conciencia de quienes organizan y participan en estas expediciones. La versión del guía, Ali Musthofa, arroja luz sobre los momentos previos al fatal accidente, pero también abre interrogantes que exigen un análisis más profundo. Si bien Musthofa argumenta haber ofrecido un servicio de acompañamiento personalizado a Juliana, lo cual ella declinó, la pregunta que persiste es si se le informó con suficiente claridad sobre los riesgos inherentes a la ascensión sin dicho acompañamiento, especialmente considerando que era su primera vez en el Rinjani. ¿Se le explicó detalladamente la dificultad del terreno, la importancia de mantener el ritmo del grupo y los peligros potenciales de separarse del mismo?
La defensa de Musthofa se centra en su preocupación por el resto del grupo, argumentando que se adelantó para verificar su estado. Sin embargo, la imagen de un guía dejando atrás a la integrante más lenta del grupo, especialmente una novata en ese terreno, para "tomar un pequeño descanso" y fumar con los demás, resulta, como mínimo, cuestionable. Aunque afirme haber esperado 30 minutos, la angustia del padre de Juliana, Manoel Marins, es comprensible. La sensación de abandono, la incertidumbre sobre si se hizo todo lo posible para garantizar la seguridad de su hija, son sentimientos que difícilmente se pueden apaciguar. Más allá de la responsabilidad legal, existe una responsabilidad moral que interpela a todos los involucrados.
La lentitud de Juliana en la ascensión, lejos de ser un mero detalle, debería haber sido una señal de alerta para el guía. En lugar de priorizar la velocidad del grupo, la prudencia dictaba ajustar el ritmo a la capacidad de la integrante más vulnerable. La montaña, imponente e indiferente, no discrimina entre expertos y novatos. Su belleza esconde peligros que solo la experiencia y la precaución pueden mitigar.
La tardanza en el rescate, otro punto doloroso en esta tragedia, añade otra capa de complejidad al caso. Tres días atrapada sin agua ni comida, una imagen desgarradora que refuerza la necesidad de protocolos de emergencia más eficientes y una mejor coordinación entre las autoridades locales y las empresas turísticas. ¿Se contaba con los recursos necesarios para un rescate rápido y efectivo? ¿Se actuó con la diligencia debida desde el momento en que se reportó la desaparición de Juliana?
Este caso no se trata solo de buscar culpables, sino de aprender de la tragedia para evitar que se repita. Es un llamado a la responsabilidad individual y colectiva, a la necesidad de priorizar la seguridad por encima de la velocidad o la comodidad, y a la importancia de una regulación más estricta en el turismo de aventura. La memoria de Juliana Marins debe servir como un recordatorio constante de que la belleza de la naturaleza no está exenta de riesgos, y que la aventura debe ir siempre de la mano de la prudencia y la preparación. La montaña, al final, siempre tendrá la última palabra.
Fuente: El Heraldo de México