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4 de agosto de 2025 a las 10:10

Desmintiendo el mito del libre mercado

La globalización, ese mantra repetido hasta la saciedad, nos prometió un mundo interconectado, próspero y en paz. Nos vendieron la idea de un libre mercado como la panacea universal, el motor infalible del progreso. Sin embargo, la realidad, como un jarro de agua fría, nos ha despertado de ese sueño idílico. Lo que hoy presenciamos es una caricatura grotesca de aquel ideal, un sistema donde las reglas se doblan al antojo de los poderosos y la supuesta libertad se traduce en una dependencia asfixiante.

El caso de los aranceles impuestos por Estados Unidos es un ejemplo paradigmático de esta distorsión. No se trata simplemente de una medida proteccionista, sino de una demostración de fuerza, una bofetada a la comunidad internacional disfrazada de política económica. Y lo más preocupante es la reacción de los países afectados, que lejos de cuestionar el sistema que los oprime, se limitan a suplicar clemencia, a mendigar migajas en la mesa del gigante.

Se indignan, sí, publican comunicados, hacen declaraciones altisonantes, pero al final del día, corren a firmar acuerdos que perpetúan su subordinación. Es como si estuvieran atrapados en un círculo vicioso, incapaces de romper las cadenas que los atan al carro de la hegemonía económica. Celebran un punto porcentual de crecimiento en la bolsa de Nueva York como si fuera un triunfo épico, mientras su soberanía se erosiona día a día.

Esta sumisión no es casual, es estructural. Hemos construido un sistema económico basado en la dependencia, donde el dólar, las cadenas de suministro y las élites empresariales estadounidenses dictan las reglas del juego. Nos hemos vuelto adictos a su "way of life", a sus redes sociales, a sus visas, y ahora pagamos el precio de esa adicción.

La verdadera tragedia no son los aranceles en sí, sino la incapacidad de imaginar un mundo diferente, una economía que no gire en torno a los dictados de Washington. Nos hemos acostumbrado tanto a vivir en esta cárcel dorada que hemos perdido la capacidad de ver la puerta abierta, la posibilidad de construir un futuro basado en la cooperación, la solidaridad y la autosuficiencia.

Es hora de dejar de ser meros espectadores en esta obra de teatro absurda. Debemos romper con la narrativa impuesta, cuestionar los dogmas del neoliberalismo y buscar alternativas reales. La libertad económica no se mendiga, se conquista. Y esa conquista comienza por reconocer nuestra propia prisión, por atrevernos a cruzar la puerta y construir un nuevo camino.

No se trata de aislarse del mundo, sino de integrarse en él de forma equitativa, de construir puentes en lugar de muros. Se trata de recuperar la soberanía económica, de diversificar nuestras relaciones comerciales y de apostar por la innovación y el desarrollo local. Es un camino largo y complejo, pero es el único que nos llevará a la verdadera libertad.

La alternativa es seguir siendo prisioneros, aunque la jaula sea de oro. Y la historia nos ha enseñado que ninguna jaula, por dorada que sea, puede contener el anhelo de libertad de un pueblo.

Fuente: El Heraldo de México