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3 de agosto de 2025 a las 21:40
El doloroso recuerdo de Hiromi y el temor de Fernando.
La vida de Fernando Santana dio un giro devastador aquel 27 de septiembre de 2017. Un día que prometía ser el más feliz de su vida, el nacimiento de su hija Julieta junto a su amada Hiromi, se transformó en una tragedia imborrable. La pérdida repentina e inexplicable de ambas lo sumió en un abismo de dolor, un silencio desgarrador que lo alejó de los reflectores y lo obligó a reconstruir su mundo desde los escombros.
El mundo del espectáculo, que antes compartía con Hiromi, se convirtió en un eco constante de su ausencia. Cada escenario, cada melodía, cada aplauso, resonaba con el fantasma de lo que pudo haber sido. Su retiro no fue una elección, sino una necesidad, un refugio en el que lamer las heridas de un golpe que jamás imaginó recibir.
El tiempo, ese bálsamo que a veces cura y otras solo anestesia, le permitió rehacer su vida, encontrar un nuevo amor y la dicha de volver a ser padre. Sin embargo, la cicatriz permanece, una marca indeleble que le recuerda la fragilidad de la existencia. El nacimiento de su nueva hija, lejos de ser una experiencia plena, estuvo teñido por el temor, la angustia constante de que la historia se repitiera. Cada pequeño síntoma, cada molestia de su esposa, despertaba en él una alerta incesante, una necesidad imperiosa de control que reflejaba el trauma aún latente.
"Cualquier cosita era de '¿estás bien?' hay que ver, hay que checar y todo ¿no?", confiesa con la voz entrecortada, recordando la hipervigilancia que lo acompañó durante todo el embarazo. Un estado de alerta permanente que ilustra la profundidad de la herida y cómo la tragedia transformó su percepción de la vida.
Su regreso a la escena musical como integrante del grupo Foreños no representa un olvido, sino una forma de continuar, de honrar la memoria de Hiromi a través de la pasión que compartían. Su voz, ahora cargada de una nueva profundidad, es un testimonio de resiliencia, una oda a la vida que sigue a pesar del dolor.
La historia de Fernando Santana es un recordatorio conmovedor de la imprevisibilidad del destino, de cómo la felicidad puede quebrarse en un instante y de la fuerza sobrehumana que se requiere para reconstruirla. Es un canto a la esperanza, a la capacidad del ser humano para sobreponerse a la adversidad y encontrar la luz incluso en las tinieblas más profundas. Hiromi, aunque ausente físicamente, sigue presente en cada nota, en cada verso, en cada paso que Fernando da en su nueva vida. Un amor que trascendió la muerte y se convirtió en el motor de su renacimiento.
Fuente: El Heraldo de México