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2 de agosto de 2025 a las 09:20

Desmitificando la historia

La promesa de "la verdad verdadera" en la historia, como la que pregona Eduardo Verástegui, enciende una luz roja de alerta para cualquiera que valore el rigor intelectual. Presentar una narrativa única y definitiva del pasado, como si se tratara de una revelación divina, es una simplificación peligrosa que ignora la complejidad inherente al estudio histórico. El pasado no es un monolito inmutable, sino un mosaico fragmentado que reconstruimos a través de la interpretación de evidencias, muchas veces incompletas y contradictorias.

Verástegui, al prometer “la verdadera historia” sobre la conquista española, parece querer imponer una visión particular, probablemente teñida de una idealización del papel de España y la religión católica. Esta postura no solo ignora el sufrimiento infligido a los pueblos originarios, sino que también deslegitima las diversas perspectivas y narrativas que han surgido a lo largo del tiempo. Es una forma de manipulación histórica que busca justificar una visión del mundo específica.

La historia no se trata de encontrar una verdad absoluta e inmutable, sino de construir un relato coherente basado en la evidencia disponible. Este proceso implica un análisis crítico de las fuentes, un constante cuestionamiento de las propias presunciones y una apertura al diálogo con diferentes interpretaciones. La labor del historiador no es dictar la verdad, sino facilitar la comprensión del pasado a través de la investigación rigurosa y la presentación honesta de los hechos.

La pretensión de Verástegui de poseer "la verdad verdadera" no solo es intelectualmente deshonesta, sino que también revela una preocupante tendencia a instrumentalizar la historia para fines ideológicos. Al presentar una narrativa única y definitiva, se silencian otras voces y perspectivas, se simplifican las complejidades del pasado y se promueve una visión sesgada de los acontecimientos. Es una estrategia que busca adoctrinar, no educar.

El peligro de estas narrativas "infalibles" radica en su capacidad para influir en la percepción del presente y del futuro. Si se acepta una versión manipulada de la historia como la única verdad, se corre el riesgo de repetir los errores del pasado y de perpetuar injusticias. Por eso, es fundamental fomentar el pensamiento crítico, la investigación independiente y el debate abierto sobre las diferentes interpretaciones del pasado.

La historia no es un dogma, sino un proceso continuo de indagación y reinterpretación. No debemos caer en la trampa de las narrativas simplistas que prometen certezas absolutas. En lugar de buscar "la verdad verdadera", debemos cultivar la humildad intelectual y la disposición a confrontar la complejidad del pasado en toda su riqueza y contradicciones. Solo así podremos construir un futuro más justo y equitativo, basado en una comprensión honesta de quienes somos y de dónde venimos. No se trata de abrazar el relativismo, sino de entender que la historia es un diálogo constante entre el pasado y el presente, un diálogo que se enriquece con la pluralidad de voces y perspectivas. La verdad histórica no se encuentra en un solo relato, sino en la interacción y el contraste de múltiples narrativas.

Fuente: El Heraldo de México