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1 de agosto de 2025 a las 09:30
Renace de las ruinas
La pesadilla de la violencia en México se ha vuelto una constante, un goteo incesante de horror que nos salpica a todos. Lagos de Moreno, un nombre que ahora evoca la barbarie más atroz, nos recuerda la fragilidad de la vida y la omnipresencia del crimen organizado. Cinco jóvenes, Dante, Diego, Jaime, Roberto y Uriel, llenos de sueños y con todo un futuro por delante, fueron arrancados de la existencia de la manera más cruel imaginable. La difusión de los videos, con su carga de brutalidad inimaginable, no solo exhibe la saña de los criminales, sino también la profunda descomposición de un sistema que parece incapaz de proteger a sus ciudadanos. La impotencia de los padres, la angustia de la espera, el desgarrador descubrimiento de los cuerpos calcinados, son escenas que se repiten una y otra vez en un país atrapado en una espiral de violencia.
El caso de Dante Emiliano, un niño de tan solo 12 años asesinado en Tabasco, añade otra capa de horror a este panorama desolador. La imagen de un niño suplicando por su vida mientras espera la llegada de una ayuda que nunca llegó, nos confronta con la crudeza de una realidad que se niega a ceder. Estos no son hechos aislados, son síntomas de una enfermedad que corroe el tejido social. Teuchitlán, con su campo de reclutamiento y exterminio, se erige como un símbolo de la indiferencia gubernamental y la indolencia pública. Las voces de las madres buscadoras, clamando justicia en el desierto, se pierden en un sistema sordo a su dolor.
La lista de atrocidades parece interminable: el alcalde de Chilpancingo decapitado, los transportistas extorsionados, los comerciantes amenazados, los agricultores despojados de sus tierras. La historia de Irma Hernández, la maestra jubilada obligada a grabar un video para el crimen organizado, es un testimonio escalofriante del poder que han alcanzado estos grupos y de la vulnerabilidad de la sociedad ante sus embates.
¿Dónde está el Estado? ¿Dónde está la justicia? El silencio cómplice de las autoridades, la frialdad de las cifras que despersonalizan a las víctimas, la negación sistemática del problema, son tan dolorosos como la violencia misma. La llegada de mujeres al poder, que prometía un cambio, no ha logrado frenar la barbarie. La indignación selectiva, la preocupación por la imagen pública por encima del sufrimiento de las víctimas, son una traición a la esperanza de un México diferente.
Dante, Diego, Jaime, Roberto, Uriel, Emiliano, Alejandro, Irma… Sus nombres, que deberían resonar en los pasillos del poder, se pierden en el ruido de la indiferencia. Fueron asesinados por las balas, por los golpes, por el miedo, pero también por la impunidad, por la indolencia, por el silencio cómplice de una sociedad que parece haberse resignado a vivir en el horror. La extorsión, como lo demuestra el reciente informe de la COPARMEX, se ha convertido en un flagelo que se extiende por todo el país, atrapando a jóvenes y adultos en sus redes. La promesa de un futuro mejor se desvanece entre los escombros de un presente marcado por la violencia y la desesperanza.
Es hora de romper el silencio. Es hora de exigir justicia. Es hora de construir un México donde la vida vuelva a tener valor, donde los jóvenes puedan soñar con un futuro sin miedo, donde las madres no tengan que buscar a sus hijos en fosas clandestinas. La esperanza no puede morir. El futuro no puede ser un ataúd.
Fuente: El Heraldo de México