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1 de agosto de 2025 a las 22:45

El último adiós de Maribel a Julián

La partida de un hijo es una herida que jamás cierra del todo, una cicatriz en el alma que late con cada recuerdo, con cada respiración. Maribel Guardia, con la valentía de una leona herida, ha abierto su corazón para compartirnos el desgarrador relato de la pérdida de Julián, su amado hijo. Sus palabras, impregnadas de dolor y fortaleza a partes iguales, nos recuerdan la fragilidad de la vida y la inmensidad del amor maternal.

El testimonio de Maribel contrasta con las recientes declaraciones de Imelda Tuñón, exnuera de la actriz, quien describió una experiencia sensorial diferente en torno al fallecimiento de Julián. Sin embargo, lejos de entrar en polémicas, Maribel se centra en su propia vivencia, en la imagen imborrable de su hijo en paz, dormido, ajeno al dolor que desgarraría el alma de su madre. Es una imagen que, sin duda, llevará grabada a fuego en su corazón, un bálsamo en medio de la tempestad.

La fe, ese ancla en medio del naufragio, se convierte en el pilar de Maribel. Su diálogo con la Virgen de Guadalupe, un diálogo entre el reclamo desgarrado y la súplica humilde, refleja la lucha interna de una madre que se enfrenta a lo incomprensible, a lo inaceptable. La Virgen, testigo silencioso del dolor más profundo, se convierte en el refugio donde Maribel encuentra consuelo y la fuerza para seguir adelante.

Es admirable la entereza con la que Maribel enfrenta esta tragedia. A pesar del abismo de dolor, encuentra en el recuerdo de Julián el impulso para continuar, para honrar su memoria con cada paso, con cada aplauso en el teatro. Julián, presente en cada latido de su madre, se convierte en la fuerza motriz que la impulsa a levantarse cada mañana, a pesar de que el cuerpo y el alma le pidan lo contrario.

El dolor, ese monstruo que amenaza con devorarlo todo, se transforma en la mano que la levanta, en la lección más cruel y a la vez más valiosa. Maribel nos enseña que, incluso en la oscuridad más profunda, existe una luz, una pequeña llama de esperanza que nos recuerda que la vida, a pesar de todo, debe continuar. Y que el amor, ese amor incondicional de una madre, es capaz de trascender cualquier barrera, incluso la de la muerte. Es un amor que se transforma, que se adapta, pero que jamás se extingue. Un amor que, como un faro en la noche, ilumina el camino hacia la sanación, hacia la aceptación, hacia la vida.

Fuente: El Heraldo de México