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1 de agosto de 2025 a las 09:15

Descubre las dos caras de México

La idiosincrasia mexicana, un tema tan complejo como fascinante, ha sido diseccionada por innumerables plumas, desde la perspicaz mirada de Samuel Ramos hasta la agudeza contemporánea de Juan Villoro. Un denominador común emerge de estos análisis: la orfandad identitaria. Nos encontramos suspendidos en un limbo cultural, ni completamente indígenas ni enteramente europeos. Anhelamos el estilo de vida occidental, pero nos aferramos a un indigenismo a veces idealizado, resultando en una caricatura de ambos mundos. Esta orfandad nos ha llevado a construir un Estado paternalista, el del nacionalismo revolucionario, que se erige como el adalid del Tercer Mundo, una figura protectora que intenta llenar el vacío de la identidad perdida.

"Al estilo mexicano" es una frase cargada de significado. Implica la creencia de que todo es posible, un optimismo a prueba de balas, una fe inquebrantable en la suerte y el destino. Soñamos con la lotería, con dejar los vicios, con un futuro mejor. Vivimos en la dicotomía, donde lo formal y lo descriptivo rara vez coinciden con la realidad palpable, con el día a día del mexicano común. Aceptamos esta paradoja con una resignación casi estoica, sin que genere un verdadero conflicto interno.

El mestizaje, ese crisol de culturas, es la raíz de nuestra dualidad. Lejos de resolver las tensiones históricas, las ha perpetuado, trasladándolas al presente y moldeando el carácter social del mexicano. Somos desconfiados, pero a la vez, profundamente sociables. Construimos mitos y apariencias como mecanismos de defensa, como un escudo protector ante la incertidumbre de nuestro origen. El criminal se aferra a la Guadalupana buscando redención, la informalidad se disfraza de profesionalismo, y dedicamos horas aparentando trabajar para convencernos a nosotros mismos de nuestra productividad. Sellamos acuerdos con la palabra, conscientes de la fragilidad de los mismos, simulando una civilización que no refleja fielmente el espíritu de nuestro pueblo.

La ley, aunque escrita, es maleable, sujeta a la interpretación y a la conveniencia. El Estado de derecho se convierte en una descripción, no en una imposición. Las reglas no escritas, las normas tácitas, son las que verdaderamente rigen el comportamiento ciudadano. La solemnidad y los protocolos se mantienen, pero la legalidad se difumina en un mar de ambigüedad. Esta flexibilidad nos ha dotado de un peculiar sentido del humor, quizás como una válvula de escape ante el cinismo del "padre benefactor" que llamamos gobierno, o tal vez como una estrategia de supervivencia en un entorno complejo.

Un ejemplo reciente de esta dicotomía mexicana se manifiesta en la conducta de algunos políticos del partido en el poder. Predican la austeridad, critican los lujos, simulan compartir la vida del ciudadano promedio, proponen un "humanismo mexicano" y una constitución moral basada en la pobreza, censuran el aspiracionismo y exaltan el indigenismo. Sin embargo, viajan en primera clase, se hospedan en hoteles de lujo, recorren el mundo, admiran lo europeo y disfrutan de manjares lejos del humilde maíz. El problema no radica en sus acciones, sino en la incongruencia entre su discurso y su práctica.

Lo hacen porque conocen las reglas no escritas del juego político mexicano, un sistema que permite la mentira mientras se mantenga la apariencia de igualdad con el pueblo. Su discurso triunfa precisamente porque se desvincula de sus principios, perpetuando el ciclo de la dicotomía mexicana.

Fuente: El Heraldo de México