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1 de agosto de 2025 a las 09:50
Costoso acuerdo UE-EEUU: ¿Quién paga el precio?
La euforia en Bruselas tras el acuerdo arancelario con Estados Unidos resulta, cuanto menos, desconcertante. Se nos presenta como un triunfo, como una muestra de cooperación transatlántica, pero ¿a qué precio? Un análisis más profundo revela una realidad incómoda: la de una Europa que negocia desde la debilidad, aceptando concesiones parciales como grandes victorias, mientras Washington dicta el ritmo de la relación bilateral. Este acuerdo, lejos de ser un símbolo de estabilidad, es un síntoma de la creciente dependencia europea y de la asimetría de poder que define la nueva geopolítica global.
Recordemos el contexto. La administración Trump, con su retórica proteccionista, impuso aranceles al acero europeo, desatando una guerra comercial que dejó a la UE en una posición defensiva. Ahora, la administración Biden ofrece un “alivio parcial”, un gesto que se vende como un logro diplomático, pero que en realidad consolida la dinámica de poder: Estados Unidos concede, Europa agradece. Es como si el viejo continente, otrora potencia global, se hubiera convertido en un suplicante a las puertas de Washington.
La fragilidad europea se manifiesta en múltiples frentes. La salida del Reino Unido dejó una herida profunda, no solo económica, sino también política. El ascenso de gobiernos euroescépticos erosiona la unidad interna, mientras que la desigualdad estructural entre los países miembros del euro dificulta la toma de decisiones conjuntas. A esto se suma la incapacidad crónica de la UE para articular una política exterior común y contundente. El resultado es una Europa que habla mucho de multilateralismo, pero que carece de la fuerza necesaria para defender sus intereses en un mundo cada vez más competitivo.
Mientras tanto, Estados Unidos redefine sus prioridades estratégicas. El foco ya no está en Europa, sino en la contención de China. La relación transatlántica, antaño basada en valores compartidos y una visión común del orden internacional, se reduce ahora a un cálculo de conveniencia. Washington busca aliados en su pugna con Pekín, y Europa, debilitada y dividida, se presenta como un socio útil, pero no indispensable.
Este acuerdo arancelario es un reflejo de esa nueva realidad. No se trata solo de aranceles al acero o al aluminio, se trata de la pérdida de influencia de Europa en el escenario global. Mientras Washington diseña su estrategia para el siglo XXI, Bruselas parece atrapada en la inercia, aferrada a un multilateralismo que ya no existe en los términos que lo definieron tras la Segunda Guerra Mundial.
La pregunta clave no es si este acuerdo es beneficioso o perjudicial desde una perspectiva estrictamente económica. La pregunta es qué revela sobre el papel de Europa en el nuevo orden mundial. Y la respuesta es inquietante: Europa, incluso en su propio patio trasero, el Atlántico, ha perdido la capacidad de marcar la pauta. Se ha convertido en un actor secundario, subordinado a los intereses de una superpotencia que ya no la necesita tanto como antes. ¿Es este el futuro que queremos para Europa? La respuesta, sin duda, debe ser un rotundo no. Es hora de que la UE despierte de su letargo y recupere su autonomía estratégica, antes de que sea demasiado tarde.
Fuente: El Heraldo de México