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1 de agosto de 2025 a las 02:35

¿Problema o solución? Tú decides.

La reflexión de Ana, nacida de un encuentro fortuito en un semáforo, nos invita a cuestionarnos nuestra propia complicidad en la perpetuación de las desigualdades que aquejan a México. Su mirada, inicialmente teñida de una lástima que ella misma reconoce como prejuiciosa, se transforma en un llamado a la acción, a la deconstrucción de estereotipos y a la búsqueda de soluciones tangibles.

La joven indígena con sus tres hijos, sentados en un camellón en el frío, se convierte en un símbolo, un recordatorio de la profunda brecha social que aún divide a nuestro país. La pregunta que Ana se plantea, "¿Soy parte del problema o de la solución?", resuena en cada uno de nosotros, interpelándonos a examinar nuestras propias actitudes y comportamientos.

Es cierto, la lástima no es inherentemente negativa. Puede ser el germen de la empatía, el primer paso hacia la comprensión del otro. Sin embargo, cuando esa lástima se basa únicamente en la identidad étnica, se convierte en una forma sutil de discriminación, una manera de perpetuar la idea de que ciertas personas son inherentemente "menos" que otras.

Ana, con admirable honestidad, reconoce su propio sesgo inicial y se compromete a desaprenderlo. Este proceso de deconstrucción, impulsado por el diálogo y la reflexión, es fundamental para construir un México más justo e igualitario. No se trata de negar las diferencias, sino de reconocer que la diversidad enriquece a nuestra sociedad y que todos, independientemente de nuestro origen étnico, merecemos las mismas oportunidades.

La exclusión y el racismo, como bien señala Ana, no son normales ni deberían serlo. Normalizarlos significa aceptar la injusticia como algo inevitable, renunciar a la posibilidad de un futuro mejor. El cambio, sin embargo, no surge de la noche a la mañana. Requiere un esfuerzo constante, una voluntad de cuestionar los prejuicios arraigados y de buscar soluciones creativas.

La educación, en este sentido, juega un papel crucial. No solo nos proporciona conocimientos y habilidades, sino que también nos dota de herramientas para el pensamiento crítico, para analizar la realidad con una mirada más profunda y cuestionar el statu quo. Ana, consciente de sus limitaciones individuales, se propone utilizar su educación para generar un impacto positivo, aunque sea a pequeña escala. Cuestionar, desestigmatizar, concientizar: estas son algunas de las acciones que propone para contribuir a la construcción de un México más equitativo.

Su visión de un México donde todos tengan acceso a condiciones dignas de trabajo, servicios públicos de calidad y las mismas oportunidades, es un llamado a la esperanza, una invitación a trabajar juntos por un futuro mejor. Atacar problemas como el hambre y la falta de infraestructura son desafíos enormes, pero no imposibles. La clave, como Ana sugiere, está en el aprendizaje, la comprensión y la discusión, en la búsqueda colectiva de soluciones.

La cultura mexicana, marcada por la segregación, la aporofobia, el clasismo y el racismo, necesita una transformación radical. Necesitamos líderes positivos, personas comprometidas con la justicia, la igualdad y la dignidad. Necesitamos ser el cambio que queremos ver en el mundo.

Ana ha decidido ser parte de la solución. Su decisión de abrir los ojos, los oídos y el corazón es un ejemplo inspirador para todos nosotros. Un México donde todos nos sintamos respetados, amados, escuchados y aceptados es posible. El cambio empieza hoy, con cada uno de nosotros.

Fuente: El Heraldo de México