En el umbral de un nuevo ciclo, ya sea académico, profesional o personal, es común sentir una mezcla de emociones. La nostalgia por el periodo vacacional se entrelaza con la expectativa de lo que vendrá. Para muchos jóvenes universitarios, el sonido estridente del despertador marca el fin de la libertad estival y el retorno a la rutina. Ese primer día de clases, a menudo recibido con desgano, puede percibirse como una losa, un peso que nos ancla a la obligación. Sin embargo, quiero invitarles a verlo desde otra perspectiva, a considerarlo no como un final, sino como un nuevo comienzo, una oportunidad para renovar la ilusión y el entusiasmo.

Recuerdo mis propios años universitarios, la transición del colegio a la facultad, del estuche multicolor lleno de posibilidades a la sobriedad de un solo bolígrafo negro. ¿Dónde quedaron esos colores vibrantes, esa alegría despreocupada? La vida académica, con sus exigencias y responsabilidades, puede parecer a veces monocromática, un camino trazado en blanco y negro. Pero la realidad es mucho más rica, está llena de matices, de posibilidades que esperan ser descubiertas.

Es cierto que a medida que crecemos, las responsabilidades aumentan. El apoyo familiar, omnipresente en nuestra infancia, se transforma en acompañamiento, en una presencia silenciosa pero invaluable. Aprendemos a ser más autónomos, a tomar las riendas de nuestro propio destino. Y en ese proceso, es crucial no perder la capacidad de asombro, la curiosidad que nos impulsa a explorar, a aprender, a crecer.

La vida no es una línea recta, es un camino sinuoso lleno de bifurcaciones. Cada día es una nueva oportunidad para elegir, para tomar decisiones que nos acerquen a nuestros sueños. El tiempo, ese enemigo implacable que nos roba horas de sueño, puede convertirse en un aliado, en un motor que nos impulsa a alcanzar nuestras metas. No se trata de negar el cansancio, la frustración o las dificultades, sino de encontrar la fuerza interior para superarlas, para convertir cada obstáculo en un peldaño hacia el éxito.

No todos contamos con las mismas herramientas, con los mismos recursos para afrontar los desafíos. Pero todos tenemos algo invaluable: la capacidad de soñar, de imaginar un futuro mejor. Y esa capacidad, combinada con el esfuerzo, la perseverancia y la pasión, puede llevarnos más lejos de lo que jamás imaginamos. Así que, en este nuevo comienzo, les invito a abrazar la oportunidad, a pintar su propio lienzo con los colores de la ilusión, la determinación y la esperanza. Que el sonido del despertador no sea un lamento, sino una llamada a la acción, un recordatorio de que cada día es un regalo, una oportunidad para construir el futuro que deseamos. Atrévanse a soñar en grande, a perseguir sus pasiones, a dejar su huella en el mundo. El futuro es de quienes se atreven a crearlo.