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31 de julio de 2025 a las 09:25

Domina tu Ansiedad con la Guía Espiritual

El miedo, una sombra alargada que nos persigue desde las profundidades de la infancia, puede manifestarse de formas inesperadas y a veces, inexplicables. Para mí, se traduce en crisis recurrentes, dos veces al año, como un reloj macabro que marca el tiempo de mi angustia. Comienza con pesadillas, imágenes vívidas y perturbadoras que se adhieren a mi mente, robándome el sueño por temor a su regreso. Ese temor inicial se transforma en insomnio, un círculo vicioso que me arrastra al agotamiento mental y a los dolores de cabeza, punzantes recordatorios de la batalla interna que libro.

La ansiedad, ese monstruo de mil caras, se apodera de mis pensamientos. Como una catarata de imágenes negativas, me bombardea con escenarios catastróficos, alimentando mi mayor temor: la muerte. "Intensamente 2" lo retrató a la perfección, esa avalancha de pensamientos que te arrolla y te deja sin aliento. Pero mi historia va más allá de la ansiedad. En terapia, descubrí la raíz de mi tormento: el estrés postraumático, una herida abierta que sangra cada junio, el mes en que perdí a mi padre en un accidente automovilístico. Tenía apenas tres años y medio, pero el vínculo que nos unía era profundo, un amor incondicional que el tiempo no ha podido borrar. Lo recuerdo como un hombre encantador, una figura que la muerte me arrebató demasiado pronto.

Funerales, aniversarios luctuosos… Situaciones que despiertan en mí una cascada de emociones dolorosas. Las pesadillas se intensifican, sueños fúnebres con atmósferas opresivas, reuniones familiares bajo la lluvia, el lodo aferrándose a mis pies como el recuerdo del dolor, tumbas que se abren ante mí como símbolo de la pérdida. Otras veces, presencias malignas me acechan en la oscuridad, intentando atraparme en sus garras. Al despertar, el corazón late desbocado, preso del pánico, y la preocupación me invade, temiendo por la seguridad de mis seres queridos y por la mía propia.

Al compartir estas experiencias, las reacciones son diversas. Algunos lo atribuyen a lo espiritual, hablan de dones, de conexiones con el más allá. Otros, más escépticos, lo ven como algo extraño, fuera de lo común. Antes de la terapia, yo también creía en la interpretación mística de los sueños, una creencia arraigada en mi familia, donde las premoniciones y los encuentros oníricos con los difuntos son parte del folclore familiar. Sin embargo, comprendí que aferrarme a esa visión solo intensificaba mi sufrimiento, me mantenía atrapada en una expectativa constante de malas noticias, impidiéndome vivir plenamente el presente.

Buscando liberarme de ese peso, inicié un camino de sanación. La terapia se convirtió en mi refugio, un espacio para explorar las profundidades de mi dolor y encontrar herramientas para canalizarlo. He descubierto que la clave está en identificar los detonantes emocionales, en mi caso, la muerte de mi padre, un trauma no resuelto que se reactiva con cada funeral, con cada aniversario luctuoso. Inconscientemente, mi mente y mi cuerpo recordaban la fecha exacta de su partida, explicando la intensidad de las crisis en junio y julio.

Resignificar la muerte, aceptar que es parte del ciclo de la vida, aunque duela profundamente, es otro paso crucial en mi proceso de sanación. Acompañando a la terapia, he incorporado pequeños cambios en mi rutina que han marcado una gran diferencia: reducir el consumo de cafeína, sustituyendo el café por infusiones relajantes; crear un ambiente de calma en mi hogar con aceites esenciales como lavanda y bergamota; encontrar sonidos que me contengan, como el ruido blanco, que me ayuda a concentrarme y a apaciguar la tormenta interna; y, sobre todo, construir una red de apoyo, personas de confianza a las que puedo recurrir en los momentos difíciles, un simple "estoy enloqueciendo" que alivia la carga y me recuerda que no estoy sola.

Las pesadillas aún persisten, a veces me despiertan con el corazón en un puño, pero ahora las entiendo, no son mensajes del más allá, sino ecos de mi propia historia, de una herida que poco a poco va sanando. Es un proceso lento, pero estoy aprendiendo a convivir con mis sombras, a transformar el dolor en fuerza, a encontrar la luz en medio de la oscuridad.

Fuente: El Heraldo de México