
31 de julio de 2025 a las 09:10
Domina la corrupción
La lucha contra la corrupción en México se asemeja a una batalla interminable, donde la voluntad política, aunque presente, parece insuficiente para derribar al titán de la impunidad. Desde la cúspide del poder, tanto el anterior presidente como la actual mandataria han enarbolado la bandera de la honestidad y la austeridad, virtudes lamentablemente escasas en la historia política del país. Sin embargo, a pesar de la genuina intención de transformar esta realidad, los resultados concretos aún se muestran tímidos frente a la magnitud del problema.
La corrupción, como una hidra de múltiples cabezas, permea todos los niveles del sector público, extendiendo sus tentáculos incluso hacia el ámbito privado. Se observa una compleja relación entre empresarios y funcionarios, donde la línea entre víctima y cómplice se difumina en un juego perverso de intereses. Licitaciones amañadas, empresas fantasma y una presión constante para participar en las redes de corrupción, son solo algunas de las trampas que enfrentan aquellos empresarios que buscan operar con ética. Afortunadamente, no todos ceden ante la tentación, demostrando que la integridad sigue siendo un valor posible.
Más allá de las frías estadísticas internacionales, la corrupción es una realidad tangible que millones de mexicanos padecen a diario en su interacción con las instituciones gubernamentales. La presidenta ha calificado la situación en el Poder Judicial como "aberrante", un adjetivo que lamentablemente también podría aplicarse a otras áreas del gobierno, incluyendo el Poder Legislativo e incluso algunos órganos autónomos.
Ante este panorama desolador, los mecanismos diseñados para combatir la corrupción parecen ineficaces. El Sistema Nacional Anticorrupción, creado con gran pompa durante el sexenio anterior, se ha convertido en un ejemplo de burocracia infructuosa, incapaz de generar resultados tangibles. La renuncia de su secretario ejecutivo, envuelto en acusaciones de corrupción, es una muestra irónica de la profunda crisis que atraviesa el sistema.
La Auditoría Superior de la Federación, en sus 25 años de existencia, ha presentado poco más de mil denuncias ante la Fiscalía General de la República, un número irrisorio si consideramos la magnitud del problema. Aún más preocupante es el dato de que menos del 2% de estas denuncias han resultado en sentencias condenatorias. Esto nos lleva a la inevitable conclusión de que la impunidad sigue siendo la norma, y la justicia, una excepción.
Es imperativo que la lucha contra la corrupción se intensifique y se extienda a todos los rincones del sector público, sin importar ideologías, partidos políticos o estratos económicos. La corrupción no distingue colores ni afiliaciones, como lo demuestra el reciente caso del líder priista Alejandro Moreno Cárdenas, acusado de peculado y uso indebido de atribuciones. Este caso, sumado a otros que se encuentran en desarrollo, evidencia que la corrupción es un mal endémico que afecta a todos los partidos políticos.
La denuncia presentada por Moreno Cárdenas contra el expresidente y figuras prominentes de Morena, acusándolos de vínculos con el crimen organizado, añade un nuevo capítulo a esta historia de acusaciones cruzadas. Más allá de la veracidad de las denuncias, lo que queda claro es que la lucha contra la corrupción se ha convertido en un campo de batalla político, donde la verdad a menudo se pierde entre las estrategias y las cortinas de humo. La ciudadanía exige resultados concretos, no solo discursos y promesas vacías. La impunidad debe dejar de ser la regla, y la justicia, la excepción. El futuro de México depende de ello.
Fuente: El Heraldo de México