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31 de julio de 2025 a las 09:10

Azúcar de caña: ¿Dulce alivio a los aranceles?

La anécdota del botón rojo en el Despacho Oval para pedir Coca-Cola Light nos da una idea de la profunda, casi visceral, conexión de Donald Trump con esta bebida. Imaginen la escena: el presidente, en medio de una intensa negociación, pulsa el botón con la misma urgencia con la que se aprieta el botón de pánico. Segundos después, un asistente entra con el ansiado elixir oscuro y burbujeante. Una imagen que, sin duda, habla mucho de sus preferencias. Y es que, a pesar de la controversia que siempre ha rodeado a Trump, en este punto, muchos mexicanos podrían encontrar un terreno común con él. ¿Quién no ha sucumbido al placer refrescante de una Coca-Cola bien fría en un día caluroso? Es una bebida que forma parte del tejido social de México, presente en las fiestas, las comidas familiares y hasta en las ofrendas del Día de Muertos. Trump, con su peculiar gusto por la "Mexican Coke", la versión endulzada con azúcar de caña, se acerca, sin saberlo quizás, a una tradición mexicana centenaria.

Y aquí es donde entra la ironía, la paradoja que se teje entre la política y los gustos personales. Mientras Trump abogaba por el “Make America Great Again”, inconscientemente promovía el consumo de un producto elaborado con métodos tradicionales mexicanos. Recordemos sus declaraciones, su orgullo al afirmar que bebía la “Mexican Coke”, la que lleva azúcar de caña, como si se tratara de un producto de élite, superior al endulzado con jarabe de maíz. Un guiño involuntario a la calidad de los productos mexicanos, un reconocimiento implícito a la tradición azucarera de nuestro país. Y es precisamente esta contradicción la que México debería explotar. Si el mismísimo Trump prefiere el azúcar de caña mexicana, ¿por qué no convertirla en una herramienta de negociación?

Imaginemos una estrategia diplomática centrada en la gastronomía. Olvidemos por un momento los complejos tratados comerciales y pensemos en el poder de un buen plato de comida. Una cena en la Casa Blanca con un menú 100% mexicano: carne sin ablandadores químicos, tomates libres de glifosato, tortillas de maíz nixtamalizado y, por supuesto, Coca-Cola hecha con azúcar de caña mexicana. Una oportunidad para demostrar, con el sabor, la calidad de los productos mexicanos. ¿Quién podría resistirse a semejante festín? Tal vez, con el estómago lleno y el paladar satisfecho, Trump reconsideraría su postura sobre los aranceles. Al fin y al cabo, como reza el dicho popular: "barriga llena, corazón contento". Y en política, un corazón contento puede traducirse en acuerdos beneficiosos para ambas partes.

Y mientras tanto, en México, el consumo de Coca-Cola sigue en aumento, ajeno a las recomendaciones de salud y a las ironías políticas. Recordamos las palabras de López Obrador, instando a la población a dejar de consumir esta bebida. Un llamado que, al parecer, se perdió en el desierto de la costumbre y el arraigo cultural. Es curioso cómo una bebida puede convertirse en un símbolo, en un elemento de identidad, incluso en una herramienta diplomática. La Coca-Cola, ese líquido efervescente y omnipresente, se convierte en un hilo conductor que une, de manera inesperada, la política, la salud, la cultura y la idiosincrasia de dos países. Y en medio de todo, la figura de Trump, el improbable embajador de la "Mexican Coke", un testimonio más de las paradojas y las ironías que tejen la compleja trama de las relaciones internacionales.

Fuente: El Heraldo de México