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31 de julio de 2025 a las 04:50
Adiós a Rodrigo Moya, el fotógrafo del Che
La cámara se apaga, el obturador se cierra por última vez, pero la imagen de Rodrigo Moya, grabada en la memoria colectiva, permanecerá indeleble. Un suspiro recorre el mundo de la fotografía, un arte que Moya elevó a la categoría de testimonio, de denuncia, de poesía visual comprometida con la realidad. A sus 91 años, el maestro nos deja, pero su legado, inmenso e invaluable, nos acompañará siempre. Nos deja un vacío que ninguna lente podrá llenar, un silencio que resonará con la fuerza de mil flashes.
Desde las calles de Medellín, su ciudad natal, hasta los rincones más vibrantes y dolorosos de México, su patria adoptiva, Moya recorrió un camino sembrado de imágenes que trascendieron la mera representación. Su lente, agudo y sensible, capturó la esencia de una época, el pulso de un continente en constante transformación. No se limitó a observar, se involucró, se comprometió. Su fotografía no fue un simple registro, sino una herramienta de lucha, una voz alzada en defensa de los desposeídos, un espejo que reflejaba las injusticias y las desigualdades.
Moya no solo documentó la historia, la interpretó, la analizó, la cuestionó. Su obra, un mosaico de luces y sombras, nos habla de revoluciones y resistencias, de sueños rotos y esperanzas renovadas. Nos muestra el rostro humano de la historia, con sus contradicciones, sus fragilidades y su inmensa capacidad de resiliencia.
En sus fotografías, los campesinos, los obreros, los indígenas, los marginados, dejaron de ser invisibles. Moya les devolvió la dignidad, les otorgó un espacio en la narrativa oficial, les dio voz a través de sus miradas, sus gestos, sus cicatrices. Su obra es un homenaje a la lucha por la justicia social, un canto a la resistencia, un testimonio irrefutable de la fuerza del espíritu humano.
En Cuernavaca, Morelos, rodeado del amor de su familia, especialmente de su esposa y compañera de vida, Susan Flaherty, Moya cerró sus ojos por última vez. Flaherty, la diseñadora estadounidense que compartió su vida y su pasión por la verdad, fue su pilar, su cómplice, su apoyo incondicional en cada paso de su trayectoria. Juntos, construyeron un legado que trasciende las fronteras del arte y se adentra en el terreno de lo humano, de lo esencial.
Pablo Moya, hijo del maestro, ha expresado su deseo de que la memoria de su padre perdure como la de un "fotógrafo ético y comprometido con la verdad histórica". Un deseo que, sin duda, se hará realidad. La obra de Rodrigo Moya, un tesoro visual y documental, seguirá inspirando a generaciones de fotógrafos y a todos aquellos que creen en el poder de la imagen como herramienta de transformación social. Su legado, un faro en la oscuridad, iluminará el camino hacia un mundo más justo y equitativo.
La partida de Rodrigo Moya nos deja un profundo dolor, pero también una inmensa gratitud. Gracias, maestro, por mostrarnos la belleza en lo cotidiano, la dignidad en la lucha, la esperanza en medio del caos. Tu mirada, aunque apagada, seguirá iluminando nuestros pasos. Tu obra, un testimonio vivo de tu compromiso con la verdad, permanecerá como un legado invaluable para la humanidad.
Fuente: El Heraldo de México