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30 de julio de 2025 a las 17:00

Tsunami en Vallarta: ¿Peligro real tras sismo en Rusia?

La tierra rugió con furia en Kamchatka. Un terremoto de magnitud 8.8, una fuerza descomunal de la naturaleza, sacudió la península rusa el 29 de julio, dejando a su paso un rastro de destrucción y temor. Imaginen olas de hasta cuatro metros engullendo las costas de Elizovksi y las islas Kuriles, un espectáculo aterrador capturado en videos que ahora circulan por las redes sociales, mostrando la implacable potencia del océano. Edificios, antes símbolos de la vida cotidiana, ahora sumergidos, un testimonio silencioso de la fuerza incontrolable de la naturaleza.

Este evento, el más potente desde 1952 en la región, según el Servicio Geofísico de la Academia Rusa de las Ciencias, no se limitó a las fronteras rusas. Como ondas expansivas en el agua, su impacto resonó a través del vasto Océano Pacífico, provocando alertas de tsunami en lugares tan lejanos como Japón y Hawái. La amenaza invisible de un muro de agua recorrió miles de kilómetros, poniendo en alerta a comunidades costeras y desencadenando una ola de preparativos y evacuaciones.

En México, la sombra del tsunami se cernió sobre las costas de Jalisco. Protección Civil y Bomberos del Estado, con la urgencia que la situación demandaba, desplegaron un operativo de vigilancia desde Puerto Vallarta hasta Zihuatlán. La atención se centró en las zonas más vulnerables: Boca de Tomatlán, Tehuamixtle, Corrales, Barra de Navidad, Punta Pérula y La Manzanilla, comunidades expuestas directamente a la furia del mar abierto, sin la protección natural de una bahía.

La comandante Blanca Becerra, voz de la autoridad y la calma en medio de la incertidumbre, informó sobre las mínimas variaciones en el oleaje. Sin embargo, la precaución se mantuvo como bandera. La recomendación a la población fue clara: mantenerse informados, seguir las indicaciones oficiales y evitar las actividades en mar abierto. La bahía, un escudo natural, ofrecía cierta seguridad, pero el océano, aún inquieto, seguía representando un riesgo latente.

Mientras tanto, en Guatemala, la tierra también tembló. Un sismo de magnitud 5.6, seguido por otro de 5.3 y un enjambre de más de cien réplicas, azotó al país, dejando un saldo de daños, heridos y una víctima fatal en la capital. La tragedia se sumaba a la preocupación global, recordándonos la fragilidad de la vida ante la fuerza impredecible de la naturaleza.

Estos eventos, aunque separados geográficamente, nos unen en una experiencia compartida: la vulnerabilidad ante las fuerzas telúricas. Desde Rusia hasta Japón, desde México hasta Guatemala, la tierra ha hablado, y su mensaje es un llamado a la prevención, a la solidaridad y a la conciencia de que, en este planeta que compartimos, estamos todos interconectados. La naturaleza, en su inmenso poder, nos recuerda la importancia de la preparación, la resiliencia y la constante vigilancia ante las amenazas que se esconden bajo la superficie, tanto en la tierra como en el mar. La pregunta que queda en el aire es: ¿estamos preparados para la próxima vez que la tierra decida rugir?

Fuente: El Heraldo de México