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30 de julio de 2025 a las 15:55

Tsunami en Cabo San Lucas: Lo que debes saber

La tierra tembló con furia en el lejano oriente, un rugido sísmico de magnitud 8.8 que despertó la alerta en todo el Pacífico. Kamchatka, la península rusa, fue el epicentro de este coloso de energía que, a pesar de la distancia, hizo vibrar los sensores y los nervios en México y otros países con costas bañadas por el vasto océano. Imaginen la fuerza desatada, olas de hasta cuatro metros golpeando las costas rusas de Elizovski y las Kuriles, obligando a evacuaciones apresuradas y dejando a su paso un rastro de inundaciones. La escena, aunque lejana, dibuja un panorama sobrecogedor del poder de la naturaleza.

En México, la Secretaría de Marina y Protección Civil no se durmieron en los laureles. Con la precisión de un relojero, se calcularon los tiempos estimados de llegada del oleaje a nuestras costas. Desde Ensenada en Baja California, hasta Salina Cruz en Oaxaca, la amenaza invisible se acercaba, marcando la madrugada del 30 de julio con la incertidumbre. Las horas se convirtieron en minutos, los minutos en segundos, mientras la población se mantenía expectante a las noticias. La tensión se podía palpar en el aire, una mezcla de temor y precaución ante lo desconocido.

El Centro de Alerta de Tsunamis, con la mirada fija en el horizonte, monitoreaba cada onda, cada fluctuación. La posibilidad de réplicas en Kamchatka, como un eco del primer temblor, mantenía la alerta encendida. Rusia, aún conmocionada, advertía sobre posibles nuevos sismos, fantasmas de 7.5 grados que amenazaban con despertar olas adicionales. La magnitud del evento inicial, uno de los más potentes desde 1952, resonaba en los registros sismológicos, un recordatorio de la fuerza incontenible que duerme bajo la superficie terrestre.

La alarma se extendió como un reguero de pólvora por el Pacífico. Japón, con la memoria fresca de tragedias pasadas, evacuó a más de dos millones de personas. La imagen de una ola de 1.3 metros en Miyagi, aunque lejos de ser devastadora, fue suficiente para encender las luces rojas. Hawái canceló vuelos y Alaska cerró sus costas. Desde Chile hasta Ecuador, pasando por Centroamérica, la sombra del tsunami se proyectaba sobre las naciones, unificadas por la amenaza común.

En México, la cautela se impuso. Si bien inicialmente se hablaba de un riesgo bajo, las previsiones se ajustaron. Olas de hasta un metro, aunque lejos de la imagen apocalíptica de un tsunami gigante, representan un peligro latente para embarcaciones y personas en zonas costeras. No se trataba de sembrar el pánico, sino de priorizar la seguridad. Baja California, Colima, Guerrero, Oaxaca y Chiapas, bajo la lupa de las autoridades, reforzaron sus operativos, con un llamado a la calma y a la información responsable.

La recomendación, clara y concisa: alejarse del mar. Evitar muelles, escolleras, cualquier punto vulnerable a la fuerza del océano. La naturaleza, en su impredecible danza, nos recuerda su poder. Y ante ella, la prudencia es nuestra mejor aliada. Mantenerse informado a través de canales oficiales, seguir las instrucciones de las autoridades, es la clave para navegar estas aguas turbulentas.

Fuente: El Heraldo de México