
30 de julio de 2025 a las 09:25
Sobreviviendo la Urbe
La Ciudad de México palpita con una energía incesante, un ruido infinito que nos envuelve. Es una urbe que nunca duerme, siempre vigilante, donde la estridencia acecha en cada esquina. Y junto a ella, la furia, el rencor, la violencia, emociones que se agitan bajo la superficie, buscando una salida. En la era digital, las redes sociales se convierten en el primer escenario para descargar nuestra ira, pero ¿qué sucede cuando los 280 caracteres no son suficientes? Entonces, la calle se transforma en el lienzo de nuestras frustraciones. Bloqueamos avenidas, alzamos la voz, protestamos, pintamos muros, expresamos nuestro descontento en un torbellino de acciones. Vivimos en una democracia que, afortunadamente, nos permite manifestar nuestras inconformidades, un derecho conquistado con lucha y sacrificio.
Recuerdo vívidamente una marcha que marcó mi memoria. Era estudiante de la preparatoria 8 y se conmemoraban 25 años de la matanza del 2 de octubre de 1968. Caminar junto a los sobrevivientes de aquella tragedia, corear las consignas, sentir la energía colectiva que recorría las calles, fue una experiencia transformadora. Ese día comprendí la importancia de la protesta social, la fuerza de la memoria colectiva y el valor de alzar la voz frente a la injusticia. Es un logro, una conquista, poder ejercer este derecho en un país con una historia tan compleja como la nuestra. Sin embargo, ¿existe un límite para la protesta? La respuesta, creo, reside en el respeto al otro, en la tolerancia, la pluralidad y el diálogo. Valores que, lamentablemente, suelen ser las primeras víctimas de la violencia.
El reciente ataque al Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC) y el saqueo de la librería Julio Torri son ejemplos alarmantes de cómo la furia puede desbordarse y destruir espacios de cultura y conocimiento. La imagen de los libros ardiendo, condenada enérgicamente por la presidenta, evoca momentos oscuros de la historia. ¿Qué autores fueron consumidos por las llamas? No lo sé con certeza, pero recuerdo la vitrina principal de la librería, repleta de libros de filosofía e historia. ¿Arderán mejor esas páginas llenas de ideas?
He sido testigo, en marchas y protestas, de la presencia de grupos encapuchados que parecen tener un manual de acción para "reventar" las manifestaciones. Sus ataques son coordinados, precisos, como si siguieran un guion preestablecido. La gentrificación, un tema crucial en la Ciudad de México, requiere análisis, debate y decisiones de Estado, no la intimidación de grupos violentos que buscan opacar las luchas genuinas.
Tatiana Cuevas, directora del MUAC, lo expresó con claridad: la Universidad debe ser un espacio de tolerancia, diálogo y escucha, donde las diferencias se aborden de manera pacífica y constructiva. Las ciudades nos marcan, las respiramos, nos impregnan con su esencia. La Ciudad de México, con su furia y su enojo, aún ofrece canales para expresar el descontento. ¿Son suficientes? La alternativa, la represión y el autoritarismo, sería un retroceso inaceptable. ¿Necesitamos un "contra/bloque" para combatir la violencia? Es una pregunta compleja que nos obliga a reflexionar sobre el equilibrio entre la libertad de expresión y la necesidad de mantener el orden.
Orhan Pamuk, en su libro "Estambul, ciudad y recuerdos", describe la amargura como un sentimiento intrínseco a su ciudad natal. En la Ciudad de México, la furia y el enojo conviven peligrosamente con esa amargura. Es un desafío que debemos afrontar como sociedad, buscando caminos para canalizar estas emociones de forma constructiva y evitar que la violencia se convierta en la respuesta a nuestros malestares.
Fuente: El Heraldo de México