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30 de julio de 2025 a las 16:20

Hawái: El mar retrocede tras sismo en Rusia

La tierra tembló a miles de kilómetros de distancia, en la lejana península de Kamchatka, Rusia, un gigante despertando de su letargo con una fuerza de 8.8 grados en la escala de Richter. Pero la furia de la naturaleza no conoce fronteras, y el eco de ese violento despertar llegó hasta las paradisíacas costas de Hawái, transformando la idílica calma en una tensa espera. El mar, ese compañero constante de las islas, comenzó a retirarse como una bestia herida que lame sus heridas, dejando al descubierto un lecho marino que normalmente permanece oculto bajo las olas. En la Bahía de Hanalei, el espectáculo era sobrecogedor: más de 30 metros de arena húmeda emergieron del abrazo del océano, un presagio inquietante de la fuerza que se avecinaba. La cámara rápida, testigo silencioso del fenómeno, capturó la escena, cada segundo un testimonio de la inexorable marcha del tsunami.

Este inusual retroceso del mar, un fenómeno conocido como "drawback", no fue exclusivo de Hanalei. En Oahu, la isla más poblada del archipiélago, y en su vibrante capital, Honolulu, el océano también pareció contener la respiración, creando un vacío que resonaba con la anticipación del desastre. El Centro de Alerta de Tsunamis del Pacífico (PTWC), vigilante incansable de la furia oceánica, no tardó en emitir la alerta, una sirena virtual que resonó en todos los rincones del archipiélago. La urgencia en su mensaje era palpable: la amenaza era real, y la respuesta debía ser inmediata.

La alerta desató una oleada de actividad en las normalmente tranquilas calles hawaianas. El miedo, un motor poderoso, impulsó a miles de personas a buscar refugio en las zonas altas, lejos del alcance de las olas. Las carreteras se convirtieron en ríos de metal, con filas de autos que se extendían por kilómetros, un éxodo desesperado ante la inminente llegada del tsunami. Diez kilómetros de vehículos, cada uno con su propia historia de angustia y esperanza, una imagen que quedará grabada en la memoria colectiva de las islas.

La amenaza no se limitaba a Hawái. La costa oeste de Estados Unidos continental también se preparaba para el impacto. Oregón, Washington, California, todos en la línea de fuego. Las autoridades, con la precisión de un relojero, anunciaron las horas estimadas de llegada del tsunami: las 23:35 en Oregón y Washington, las 23:50 en California, las 00:40 en la Bahía de San Francisco, la 1:00 en el Puerto de Los Ángeles. Cada minuto que pasaba aumentaba la tensión, cada ola que rompía en la costa era observada con recelo.

La Guardia Costera de Estados Unidos, consciente del peligro que acechaba en las aguas, no dudó en tomar medidas drásticas. Ordenó la evacuación de los buques comerciales de los puertos hawaianos, un éxodo marino para evitar una catástrofe. La prohibición de navegar se extendió a todo tipo de embarcaciones, desde los grandes cargueros hasta las pequeñas lanchas de recreo. El mensaje era claro: el océano era un territorio prohibido.

Los puertos, normalmente bulliciosos centros de actividad comercial, se cerraron al tráfico marítimo entrante, convirtiéndose en silenciosos testigos de la espera. Los barcos que ya se encontraban en las inmediaciones de las islas o que se dirigían hacia ellas recibieron la orden de permanecer en alta mar, lejos del peligro que acechaba en la costa. La paciencia se convirtió en la mejor aliada, mientras la amenaza del tsunami se cernía sobre el Pacífico.

Las autoridades, conscientes de la gravedad de la situación, no escatimaron esfuerzos para mantener a la población informada. Recordaron que todas las costas estaban en riesgo, y que la combinación de mareas altas y fuertes oleajes podía aumentar el poder destructivo del tsunami. Prometieron mantener los canales de comunicación abiertos, emitiendo comunicados constantes hasta que la alerta hubiera pasado. En momentos de incertidumbre, la información es un salvavidas, una luz en la oscuridad.

Fuente: El Heraldo de México