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30 de julio de 2025 a las 09:50
El batir de alas que cambió el mundo
La aparente desconexión entre el discurso de un influencer y el brutal asesinato de una mujer en Veracruz nos revela una realidad perturbadora: la existencia de un caldo de cultivo común que alimenta ambos extremos. No se trata de una simple coincidencia, sino de la manifestación de una cultura profundamente arraigada que perpetúa la desigualdad y la violencia contra las mujeres. Mientras el influencer, desde su burbuja de privilegio, pregona un modelo de masculinidad obsoleto y misógino, en las calles de Veracruz, esa misma ideología se traduce en actos de barbarie.
El mensaje, aunque expresado de formas distintas, es el mismo: la mujer debe ocupar un lugar subordinado, su libertad es una amenaza y el hombre tiene el derecho de controlarla, incluso a través de la violencia extrema. Ambos actos, aparentemente aislados, son síntomas de una enfermedad social que se alimenta de la normalización de la discriminación y la cosificación de la mujer. Es un sistema que se reproduce a través de micromachismos cotidianos y que, en sus manifestaciones más extremas, conduce a la violencia física y psicológica, e incluso, como en este caso, a la muerte.
La elección de una mujer para el acto de violencia pública no es casual. Se trata de un mensaje dirigido a todas las mujeres: un recordatorio brutal de las consecuencias de desafiar el orden establecido. El objetivo es sembrar el terror, limitar la participación de las mujeres en el espacio público y reforzar los roles tradicionales de género. Es una demostración de poder que busca someter no solo a la víctima, sino a todas aquellas que se atreven a romper los moldes.
La responsabilidad de los medios de comunicación en este contexto es crucial. La difusión indiscriminada de imágenes violentas, lejos de informar, contribuye a la normalización del horror y a la revictimización. Se convierte en una herramienta más al servicio de los perpetradores, amplificando su mensaje de terror. La pregunta que debemos hacernos es: ¿estamos informando o estamos siendo cómplices de la barbarie? Es necesario un periodismo responsable que contextualice, analice y denuncie la violencia de género sin caer en el sensacionalismo y la morbosidad.
La lucha contra la violencia machista requiere un cambio profundo en la cultura, en la educación y en las estructuras de poder. Debemos desmontar los estereotipos de género que perpetúan la desigualdad y construir una sociedad basada en el respeto, la igualdad y la justicia. El aleteo de la mariposa y el terremoto no son eventos aislados, sino parte de un mismo sistema que debemos transformar. El silencio nos hace cómplices. Es momento de alzar la voz y exigir un cambio real. No podemos permitir que la violencia se convierta en la norma. El futuro de nuestras hijas, de nuestras hermanas, de nuestras madres, depende de ello.
Fuente: El Heraldo de México