
30 de julio de 2025 a las 09:25
Descubre la grandeza de Tenochtitlán
El paralelismo entre el Éxodo bíblico y la peregrinación mexica, desde Aztlán hasta la fundación de Tenochtitlán, nos invita a una profunda reflexión sobre la naturaleza humana y su búsqueda constante de un lugar en el mundo. Más allá de las diferencias temporales y geográficas, ambos relatos narran la travesía de un pueblo guiado por la fe, enfrentando adversidades y desafíos en la búsqueda de una tierra prometida. ¿Es acaso esta búsqueda inherente a la condición humana? ¿Una constante a lo largo de la historia que se repite en diferentes culturas y épocas?
El relato del Éxodo hebreo, con Moisés como profeta y líder guiado por Yahvé, encuentra un eco sorprendente en la migración mexica, orquestada por Huitzilopochtli, deidad guerrera y solar que condujo a su pueblo a través de un largo y arduo camino. Ambas narraciones nos hablan de la importancia de la divinidad como guía y protectora en momentos de incertidumbre, un faro en la oscuridad que ilumina el camino hacia un futuro mejor. El Códice Boturini, o Tira de la Peregrinación, nos ofrece una ventana al pasado, permitiéndonos vislumbrar los pasos de los mexicas, sus penurias y sus victorias en su camino hacia el valle de México. Imaginemos el impacto emocional de aquellos peregrinos al presenciar la destrucción del ahuehuete en Colhuacan, un presagio quizás, o una prueba más impuesta por su dios. La transformación de aztecas a mexicas, tras el sacrificio a los hombres búho, marca un punto de inflexión, un renacimiento que consolida su identidad como pueblo elegido.
Doscientos años de migración, del siglo XII al XIV, culminan con el establecimiento de Tenochtitlán, la ciudad que emergería de las aguas del lago Texcoco para convertirse en el corazón del imperio mexica. Una hazaña de ingeniería y una muestra de la tenacidad de un pueblo que supo transformar un entorno hostil en un floreciente centro de poder. Este proceso de asentamiento contrasta con la llegada de los españoles, un nuevo éxodo, pero esta vez impuesto por la conquista. La ciudad, testigo del esplendor mexica, se convierte en la capital del Virreinato de la Nueva España, un símbolo del poderío español en el nuevo continente. Ironías de la historia, la misma ciudad que albergó los sueños de un pueblo se transforma en el centro de un nuevo orden, un recordatorio constante de la conquista.
El debilitamiento de la Corona Española a principios del siglo XIX, contexto marcado por las guerras napoleónicas, abre una nueva ventana de oportunidad para los mexicanos. La lucha por la independencia, iniciada en 1810, culmina con el establecimiento de una monarquía constitucional en 1821, con la Ciudad de México como capital. La ciudad, crisol de culturas y testigo de grandes transformaciones, se consolida como el centro político y administrativo del nuevo país.
Desde 1824 hasta 2016, el Distrito Federal, sede de los poderes de la Unión, refleja la evolución política y social de México. La reforma política de 2016, que devuelve el nombre de Ciudad de México y le otorga un estatus semejante al de las entidades federativas, marca un nuevo capítulo en su historia, un reconocimiento a su importancia y a su identidad única.
Para quienes deseen conectar con el pasado y comprender la grandeza de Tenochtitlán, el Museo Nacional de Antropología, recientemente galardonado con el Premio Princesa de Asturias de la Concordia, ofrece una experiencia inigualable. Sus salas albergan vestigios de la capital mexica, piezas de valor incalculable que nos transportan a un tiempo remoto y nos permiten apreciar la riqueza cultural de un imperio que dejó una huella imborrable en la historia de México. Una visita obligada para quienes buscan comprender la complejidad y la fascinación de este paralelismo histórico.
Fuente: El Heraldo de México