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29 de julio de 2025 a las 09:35

Trump y el Narco: ¿Conexión oculta?

La encrucijada en la que se encuentra la Presidenta es, sin duda, un desafío de alta complejidad. Imaginen un tablero de ajedrez político donde cada movimiento debe calcularse con precisión milimétrica, considerando no solo las piezas propias, sino también la sombra omnipresente de un jugador externo que agita el tablero con imprevisibles ráfagas. Por un lado, la necesidad de diferenciarse, de imprimir su propio sello en la estrategia de seguridad, una urgencia que se traduce en acciones más contundentes y directas que las de su predecesor. Por otro, la delicada cuerda floja de la unidad, la coalición que la sostiene en el poder, un entramado de alianzas que no puede permitirse deshilachar.

A este escenario se suma la presión internacional, la figura imponente de un Trump que convierte a México en blanco de sus embates políticos, una situación que obliga a la Presidenta a un constante ejercicio de equilibrismo: ceder lo necesario para apaciguar al gigante del norte, mientras se esfuerza por proyectar, al interior del país, una imagen de firmeza y defensa de la soberanía. Es un juego de máscaras, una danza diplomática en la que cada paso puede tener consecuencias impredecibles.

Y en medio de esta tormenta política, emerge el rumor, la especulación sobre una posible purga en las filas de Morena. Una purga que se presenta como necesaria, casi inevitable, un movimiento estratégico para eliminar obstáculos, complacer a Estados Unidos y limpiar la imagen del partido, manchada por los oscuros pactos con el crimen organizado. ¿Es una posibilidad real o una simple fantasía política? La respuesta, como suele suceder en estos casos, es compleja y está sujeta a múltiples interpretaciones.

Para llevar a cabo una purga de tal magnitud, no basta con la voluntad o la necesidad. Se requiere, ante todo, poder. Un poder real, consolidado, capaz de imponerse a las resistencias internas. Y en el actual escenario político, ese poder no reside exclusivamente en la Presidenta, sino en la compleja red de lealtades, alianzas y equilibrios que tejió su predecesor. Enfrentarse a esa estructura, a los liderazgos regionales, a los grupos de interés que la llevaron al poder, implicaría un riesgo considerable, una apuesta política que podría desestabilizar su propio gobierno.

Además del poder, hay que considerar los costos. Una purga mal ejecutada, en lugar de fortalecer, puede fracturar. Para que sea efectiva, debe ser percibida como legítima, no solo por la ciudadanía, sino también por el propio aparato del partido. Sin un consenso sólido, sin una justificación convincente, la Presidenta podría morder más de lo que puede masticar, desatando una guerra interna que pondría en peligro la estabilidad del proyecto político que encabeza.

Finalmente, la narrativa. Toda purga necesita una historia que la justifique, un relato creíble que explique las razones del cambio. Pero la Presidenta llegó al poder con la promesa de la continuidad, ¿cómo justificar entonces la depuración de quienes representan el legado de su antecesor? ¿Cómo hacerlo sin poner en entredicho su propio mandato? Es un dilema narrativo que requiere una solución ingeniosa, una estrategia comunicativa que logre convencer a la opinión pública de la necesidad del cambio sin traicionar la esencia del proyecto original.

En definitiva, la Presidenta se encuentra en una situación delicada, atrapada entre las presiones externas y las complejidades internas. ¿Será capaz de sortear estos obstáculos? ¿Tendrá la habilidad política para navegar en estas aguas turbulentas? El tiempo, como siempre, dará la respuesta.

Fuente: El Heraldo de México