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29 de julio de 2025 a las 18:40
El misterio del lago verde en Tláhuac
El olor nauseabundo golpea primero, una bofetada húmeda y putrefacta que precede a la visión dantesca: un lago verde, espeso, donde la nata se aferra a las paredes de las casas humildes, marcando una línea oscura, el nivel alcanzado por la ira del agua podrida. No es agua, es una mezcla viscosa de desechos, un caldo de cultivo para enfermedades que amenaza con extenderse como la plaga en La Conchita, Tláhuac. Imaginen, por un instante, el refrigerador donde guardan los alimentos de sus hijos, sumergido hasta la mitad en esa inmundicia. La lavadora, recién comprada con el esfuerzo de meses de trabajo, inutilizable, cubierta por una capa pegajosa de lo innombrable. Ese es el panorama que enfrentan las familias de este barrio, un escenario que se repite con una crueldad cíclica cada vez que las lluvias torrenciales azotan la Ciudad de México.
Veinte familias, veinte historias de lucha y sacrificio, ahora ven sus hogares convertidos en zonas de desastre. No son simples objetos los que se han perdido, son recuerdos, la cuna del bebé, la mesa donde se reunían a comer, el sillón donde descansaba la abuela. Es la precariedad multiplicada, la angustia que carcome el alma ante la incertidumbre de qué vendrá después. ¿Cómo recuperar lo perdido? ¿Cómo reconstruir una vida sobre los cimientos del lodo y la desesperación?
La solidaridad, como un pequeño brote de esperanza, florece entre la desolación. Vecinos ayudando a vecinos, palas y cubetas en mano, intentando contener el avance de la pestilencia. Los costales colocados por el Ejército y los bomberos, una barrera insuficiente ante la magnitud del problema, un parche en una herida profunda que requiere una solución de raíz.
Este no es un caso aislado. Es un síntoma de la desatención histórica que sufren las periferias de la ciudad, un grito ahogado en el laberinto burocrático. La falta de infraestructura adecuada, la deficiencia en el sistema de drenaje, la ausencia de una planificación urbana integral, son las raíces podridas de este mal que se manifiesta con cada lluvia. ¿Cuántas veces más tendremos que presenciar estas escenas de desolación? ¿Cuántas familias más tendrán que perderlo todo antes de que se tomen medidas reales y efectivas?
La Conchita no pide limosnas, exige soluciones. Exige una respuesta contundente por parte de las autoridades, un compromiso real para resolver el problema del drenaje, un plan de contingencia para las lluvias, un futuro digno para sus habitantes. El lago verde de agua y nata no es solo un problema de La Conchita, es un reflejo de la desigualdad que permea nuestra sociedad, una llamada de atención que no podemos ignorar. Hoy es La Conchita, mañana podría ser cualquier otro barrio vulnerable. Es hora de actuar, es hora de exigir un cambio, es hora de construir una ciudad más justa y equitativa para todos.
Fuente: El Heraldo de México