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29 de julio de 2025 a las 12:50

El legado de Rivera florece en el mercado

Adéntrate en un laberinto de aromas y colores, un lugar donde el pasado susurra entre los puestos de frutas y verduras. En el corazón mismo del Centro Histórico, el Mercado Abelardo L. Rodríguez no es solo un punto de encuentro para comprar el jitomate del día o la carne para el guiso; es un testigo vivo de la historia, un lienzo que narra la utopía revolucionaria y la vibrante modernidad popular del México posrevolucionario.

Imagina un mercado que trasciende su función primaria. No solo un espacio de intercambio comercial, sino un centro cultural, un teatro, una guardería, una biblioteca, un punto de encuentro cívico. Un verdadero experimento social que nació en 1934 bajo la visión del arquitecto Antonio Muñoz García. Construido sobre los cimientos del antiguo colegio de San Pedro y San Pablo, este mercado se concibió como un espacio integral, "del pueblo y para el pueblo", como bien lo describe Elizabeth Fuentes Rojas en su obra dedicada a este emblemático lugar. Un mercado moderno, pionero en la capital, diseñado para fomentar la salubridad, la convivencia y la educación.

Pero la verdadera magia reside en sus muros. Entre 1934 y 1936, bajo la batuta del maestro Diego Rivera, un colectivo de artistas transformó el mercado en una galería de arte al aire libre. Ángel Bracho, Pedro Rendón, Ramón Alva Guadarrama, Antonio Pujol, Grace y Marion Greenwood, e incluso el escultor Isamu Noguchi, plasmaron su visión del México posrevolucionario en más de mil cuatrocientos cincuenta metros cuadrados. Sus murales, vibrantes y cargados de simbolismo, denuncian la explotación laboral, celebran la modernización del campo, retratan la lucha obrera y se alzan contra el fascismo. Un mensaje social a gran escala, como lo señala Rebeca Guadalupe Maqueda Garrido en su análisis sobre el muralismo mexicano.

El tiempo, implacable, dejó su huella en estas obras maestras. La humedad, los grafitis, las grietas y el devastador terremoto de 1985 amenazaron con borrar la memoria plasmada en los muros. Las obras de Ángel Bracho y Marion Greenwood sufrieron daños considerables, perdiendo gran parte de su superficie original. Ante la inminente pérdida, en 2009 el INAH orquestó una titánica labor de restauración, uniendo a autoridades, comerciantes y especialistas en un esfuerzo conjunto para rescatar este patrimonio tangible e intangible.

A pesar de las adversidades, el Mercado Abelardo L. Rodríguez nunca perdió su esencia. Continúa siendo un espacio de encuentro, un crisol de cultura popular. Su Teatro del Pueblo sigue vibrando con obras y talleres, y los murales, restaurados y revitalizados, persisten en su misión de narrar la historia y mantener viva la memoria colectiva. Visitar este mercado es sumergirse en la historia viva de la Ciudad de México, es respirar el aroma de la tradición y el espíritu de un pueblo que se niega a olvidar su pasado. Es una experiencia que va más allá de la simple compra; es un viaje en el tiempo, una lección de historia y una celebración del arte y la cultura popular. ¿Te animas a descubrirlo?

Fuente: El Heraldo de México