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29 de julio de 2025 a las 09:20
Desenmascarando la discriminación invisible.
La discriminación, ese fantasma que recorre la historia de la humanidad, se manifiesta de formas tan diversas que a veces se camufla entre las sombras de la cotidianidad. Desde las aberraciones más evidentes, como el apartheid sudafricano o la segregación racial en Estados Unidos, hasta las sutilezas más elaboradas, la discriminación siempre encuentra la manera de crear chivos expiatorios. Como si la historia se empeñara en repetirse, una y otra vez, la injusticia se disfraza con argumentos legales, con razones de estado, con la supuesta necesidad de mantener el orden.
El caso de los soldados australianos condenados a muerte durante la Guerra Bóer, magistralmente retratado en la obra "Breaker Morant", nos ofrece una ventana a la compleja maquinaria de la discriminación institucionalizada. Tres hombres, luchando bajo la bandera británica, se convirtieron en peones sacrificables en el tablero geopolítico. La amenaza de una guerra con Alemania, la necesidad de apaciguar las tensiones internacionales, justificó la condena de estos soldados, mientras otros, con cargos similares, fueron exonerados. ¿La diferencia? Su nacionalidad. No eran ingleses, eran australianos, y en ese contexto, su vida pesaba menos en la balanza imperial.
Este episodio, aparentemente aislado, revela la profunda desigualdad que permeaba el imperio británico. La discriminación, en este caso, no se expresaba con la brutalidad de la segregación racial, sino con la frialdad de un cálculo político. Los australianos eran prescindibles, un precio aceptable para mantener la paz, una moneda de cambio en las negociaciones internacionales. Incluso dentro del propio ejército, la discriminación se manifestaba en los comentarios casuales, en las etiquetas que se les asignaban a los soldados según su origen. "Un buen muchacho irlandés", una frase aparentemente inocente, esconde la carga de prejuicios y estereotipos que pesaban sobre aquellos que no pertenecían al núcleo del poder.
La ironía, por supuesto, es que el propio Lord Kitchener, artífice de la condena de los australianos, era también irlandés. Esta contradicción pone de manifiesto la complejidad de la discriminación, que a menudo trasciende las categorías simples y se enreda en una maraña de intereses, lealtades y prejuicios.
El caso de los soldados australianos no es un hecho aislado. A lo largo de la historia, la discriminación ha encontrado innumerables formas de manifestarse, adaptándose a las circunstancias, mutando para sobrevivir. Lo que ocurrió en Sudáfrica, en Estados Unidos, en Australia, resuena en otros contextos, en otras épocas. En México, por ejemplo, no estamos exentos de este mal. Nuestra historia está plagada de ejemplos de discriminación, de injusticias cometidas en nombre de la patria, de la raza, de la clase social.
A las puertas de las fiestas patrias, es importante recordar estas lecciones del pasado. Celebrar nuestra independencia, nuestra identidad, no debe significar ignorar las sombras que aún nos acechan. La polarización, la división, la intolerancia, son los ingredientes que alimentan la discriminación y nos debilitan como nación. Recordemos el siglo XIX, las derrotas, las divisiones, y aprendamos de esos errores. La unidad, el respeto, la justicia, son los pilares sobre los que debemos construir un futuro mejor, un futuro en el que la discriminación sea solo un triste recuerdo del pasado.
Fuente: El Heraldo de México