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29 de julio de 2025 a las 06:55

Descubre si tu hígado te está pidiendo ayuda

La sombra silenciosa del hígado graso no alcohólico se extiende sobre una proporción alarmante de la población mundial. Imaginen, tres de cada diez personas conviven con una acumulación excesiva de grasa en su hígado, sin siquiera ser conscientes de ello. No son grandes consumidores de alcohol, no se automedican ni han sufrido hepatitis virales. Son personas aparentemente sanas, que llevan vidas normales, pero que albergan en su interior una condición que, de no atenderse, puede tener consecuencias graves: la Esteatosis Hepática Metabólica, más conocida como Enfermedad del Hígado Graso no Alcohólico.

Esta enfermedad, según la Secretaría de Salud, se desarrolla de forma insidiosa. La grasa se acumula en las células hepáticas, desencadenando una inflamación que, con el tiempo, puede generar fibrosis, una cicatriz producto de la inflamación constante. Este proceso, si no se detiene, puede culminar en un daño hepático crónico, incluso cirrosis. Es como una llama lenta que consume el hígado sin dar señales aparentes en sus etapas iniciales.

La obesidad, la diabetes mellitus, la dislipidemia (alteraciones en los niveles de lípidos y colesterol), la pérdida rápida de peso, el uso de ciertos medicamentos como los glucocorticoides, e incluso la exposición a petroquímicos, son factores que aumentan el riesgo de desarrollar hígado graso. Vivimos en un mundo donde estos factores son cada vez más comunes, lo que explica la alta prevalencia de esta enfermedad silenciosa.

En la mayoría de los casos, el hígado graso no presenta síntomas evidentes. Las personas afectadas continúan con sus rutinas diarias, ignorando el proceso que se desarrolla en su interior. Sin embargo, algunas pueden experimentar debilidad, cansancio o un malestar difuso en la parte superior del abdomen. Cuando la enfermedad avanza hacia la fibrosis o la cirrosis, la sintomatología se vuelve más notoria, manifestándose con ictericia (coloración amarillenta de la piel y los ojos), hinchazón, acumulación de líquido en el abdomen (ascitis), pérdida de peso inexplicable, falta de apetito (anorexia) y picazón intensa.

Ante la sospecha de hígado graso, los médicos recurren a diferentes herramientas diagnósticas. La ultrasonografía permite visualizar el hígado y detectar la presencia de grasa. Las pruebas de función hepática evalúan el estado del órgano a través de análisis de sangre. En algunos casos, se realiza una biopsia hepática para obtener una muestra de tejido y confirmar el diagnóstico. La detección temprana es crucial para prevenir complicaciones.

El tratamiento y la prevención del hígado graso se centran en la adopción de un estilo de vida saludable. Modificar los hábitos alimenticios, incorporando una dieta equilibrada y baja en grasas saturadas, es fundamental. El ejercicio regular, adaptado a las capacidades de cada individuo, juega un papel crucial en la reducción de la grasa acumulada en el hígado. Además, es esencial evitar el consumo de alcohol y mantener un control adecuado de las enfermedades asociadas, como la diabetes.

La prevención es la mejor arma contra el hígado graso. La Secretaría de Salud recomienda mantener un peso saludable, realizar actividad física de forma regular, seguir una dieta balanceada y controlar las enfermedades metabólicas. Estos pequeños cambios en nuestro estilo de vida pueden marcar la diferencia entre un hígado sano y uno afectado por esta enfermedad silenciosa, pero potencialmente peligrosa. Informarse, consultar con un profesional de la salud y tomar las riendas de nuestra propia salud son pasos fundamentales para proteger nuestro hígado y disfrutar de una vida plena.

Fuente: El Heraldo de México