
29 de julio de 2025 a las 09:05
Descubre Juárez: La magia del viento
La inmortalidad, ese anhelo perenne del ser humano, se manifiesta de diversas maneras. Desde la búsqueda de la vida eterna a través de la ciencia y la religión, hasta la aspiración de dejar una huella imborrable en la memoria colectiva. En el ámbito público, esta última se traduce a menudo en estatuas, monumentos y efigies que buscan perpetuar la memoria de figuras consideradas heroicas o relevantes. Pero, ¿qué sucede cuando estas representaciones físicas se convierten en objeto de controversia, vandalismo o incluso, de olvido?
La reciente remoción de las estatuas de Ernesto Guevara y Fidel Castro del parque de la Tabacalera en la Ciudad de México, bajo el argumento de protegerlas del vandalismo, abre un debate sobre la fragilidad de la memoria y el significado de los símbolos. Mientras la alcaldesa Alessandra Rojo de la Vega justifica la medida como un acto de preservación, se podría interpretar también como una forma de silenciar, al menos físicamente, la presencia de estas figuras en el espacio público. Su nuevo destino, una bodega, contrasta con la grandilocuencia de su propósito original: inmortalizar a los líderes de la Revolución Cubana. ¿Es acaso un preludio a un olvido programado o simplemente una pausa en su narrativa pública?
La coincidencia con el fallecimiento de Isabel Custodio, autora de "El amor me absolverá" y pareja sentimental de Fidel Castro durante su exilio en México, añade otra capa de complejidad a la historia. Su libro, un guiño a la famosa frase pronunciada por Castro durante su juicio, nos recuerda la importancia de la narrativa en la construcción de la imagen de un líder. El México de mediados del siglo XX, con sus cafés y sus montañas, sirvió de escenario para la gestación de la Revolución Cubana. La Tabacalera, ahora desprovista de las efigies de sus protagonistas, fue testigo silencioso de sus planes y estrategias.
El "Granma", el yate que transportó a los revolucionarios desde Tuxpan, Veracruz, a las costas de Cuba, se convierte en un símbolo de la aventura y el sacrificio. De los 82 expedicionarios, solo doce sobrevivieron. La historia, con su dosis de épica y tragedia, construye la leyenda. La detención del grupo por la DFS, su liberación por órdenes del presidente Ruiz Cortines, y la posterior adquisición del yate, son piezas que conforman un relato fascinante.
La decisión de Ricardo Monreal, en 2017, de encargar las estatuas de Fidel y el Ché al escultor Oscar Ponzanelli, buscaba conmemorar ese encuentro crucial en la historia de la Revolución Cubana. Hoy, la ausencia de las estatuas nos invita a reflexionar sobre la volatilidad de los símbolos y la manipulación de la historia. ¿Quiénes deciden qué figuras merecen ser recordadas y cuáles deben ser relegadas al olvido?
La historia está llena de ejemplos de iconoclasia, desde la destrucción de los ídolos paganos por los primeros cristianos hasta los movimientos revolucionarios que derriban las estatuas de los antiguos regímenes. El caso de la Diana Cazadora, a la que se le añadieron "calzones de bronce" por presiones de la Liga de la Decencia en 1943, ilustra cómo la moral y las convenciones sociales influyen en la representación del cuerpo y la figura humana.
La retirada de la estatua de Cristóbal Colón, la sustracción de la efigie ecuestre de José María Morelos, el derribo de las estatuas de Lenin en Moscú y Saddam Hussein en Irak, son ejemplos de cómo la historia se escribe y se reescribe, a menudo con violencia. Los monumentos, lejos de ser inmutables, reflejan la dinámica del poder y las tensiones sociales. Son testigos silenciosos de las transformaciones culturales y políticas de una sociedad. Su presencia, o su ausencia, nos interpela y nos invita a reflexionar sobre el pasado, el presente y el futuro.
Fuente: El Heraldo de México