
28 de julio de 2025 a las 09:05
El coche eléctrico: ¿Sueño o estafa?
La promesa de un transporte moderno y eficiente se ha desvanecido en un mar de tarifas dinámicas que suben como la espuma, mientras la calidad del servicio se hunde en un abismo de coches sucios, conductores desorientados y una atención al cliente que brilla por su ausencia. ¿Recuerdan aquella época dorada donde nos prometían un oasis de comodidad y precios justos? Hoy, la realidad nos golpea con la fuerza de un portazo en plena cara: viajes que cuestan el doble en horas pico, tiempos de espera que se alargan como una telenovela turca y la sensación constante de que estamos atrapados en un sistema diseñado para exprimir nuestras carteras.
El argumento de la flexibilidad laboral se ha convertido en una cortina de humo para ocultar la precariedad laboral que sufren miles de conductores. Mientras las plataformas se llenan los bolsillos, quienes realmente hacen posible el servicio se enfrentan a jornadas extenuantes, gastos crecientes en gasolina y mantenimiento, y la incertidumbre de no saber cuánto ganarán al final del día. ¿Dónde quedaron las promesas de un futuro mejor para los trabajadores? Se perdieron en el laberinto de algoritmos y estrategias de marketing diseñadas para maximizar las ganancias a costa de la dignidad humana.
Y si la situación en la capital es preocupante, lo que sucede en destinos turísticos como Cancún es sencillamente escandaloso. La llegada de estas plataformas ha desatado una guerra sin cuartel contra los taxistas locales, generando un clima de tensión e inseguridad que afecta directamente a los visitantes. Bloqueos, agresiones e incluso extorsiones se han convertido en el pan de cada día, manchando la imagen de un país que se esfuerza por atraer al turismo internacional. ¿Es este el modelo de desarrollo que queremos para México? ¿Uno donde la ley del más fuerte se impone y el visitante queda atrapado en medio del fuego cruzado?
Pero la responsabilidad no recae únicamente en las plataformas. Las autoridades, en su afán por subirse al tren de la modernidad, han permitido que estas empresas operen con una laxitud que raya en la complicidad. La falta de regulación, la evasión fiscal y la indiferencia ante las quejas de usuarios y conductores han creado un monstruo que ahora amenaza con devorarse al sistema de transporte público. ¿Hasta cuándo seguiremos permitiendo que estas empresas jueguen con nuestras ciudades y con la vida de miles de personas?
Es hora de exigir un cambio. De exigir que las autoridades pongan freno a los abusos de estas plataformas y que se implementen políticas públicas que garanticen un transporte justo, seguro y eficiente para todos. No podemos seguir siendo rehenes de un sistema que nos vende la ilusión de progreso mientras nos vacía los bolsillos y nos deja varados en la esquina.
Mientras tanto, al otro lado del Caribe, la historia se escribe con tinta de progreso y visión de futuro. Países como Bahamas, República Dominicana y Belice han comprendido el potencial económico del turismo de cruceros y han invertido en infraestructura moderna y sostenible para recibir a los gigantes del mar. Mientras ellos construyen muelles y generan empleos, nosotros nos enredamos en una maraña de trámites burocráticos, intereses políticos y un falso ecologismo que nos impide avanzar.
El caso de Cozumel es un ejemplo paradigmático de cómo la miopía política y la corrupción pueden frenar el desarrollo de una región. La cancelación del proyecto de Muelles del Caribe, una inversión millonaria que prometía generar cientos de empleos, deja al descubierto la fragilidad institucional de nuestro país y la facilidad con la que los intereses particulares se imponen al bien común.
Mientras tanto, los cruceros más modernos del mundo, como el imponente Icon of the Seas, buscan otros puertos donde desembarcar sus miles de pasajeros, dejando a México fuera de un mercado turístico en constante crecimiento. Nos quedamos con la incertidumbre, con la frustración y con la amarga sensación de haber perdido una oportunidad de oro por culpa de nuestra propia incapacidad para gestionar el desarrollo de forma responsable y eficiente.
¿Seguiremos permitiendo que el miedo al progreso nos paralice? ¿Seguiremos sacrificando el futuro en el altar de la demagogia y la corrupción? Es hora de despertar y exigir un cambio. Es hora de construir un México donde la inversión y el desarrollo sean la norma, no la excepción. Un México donde el futuro se construya con cimientos sólidos, no con castillos de arena.
Fuente: El Heraldo de México