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26 de julio de 2025 a las 09:20
El precio de la fama
En la vorágine informativa que nos envuelve, donde los algoritmos dictan la agenda y la atención se fragmenta en mil pedazos, la construcción de una reputación sólida se ha convertido en un desafío titánico. Ya no basta con ser, ahora la prioridad parece ser parecer, y en esa carrera por la visibilidad, algunos optan por el camino corto, el atajo peligroso de la polémica. Confunden notoriedad con reputación, creyendo que cualquier mención, incluso negativa, es un peldaño hacia el éxito. Un error garrafal que, como Ícaro, los acerca peligrosamente al sol, con el riesgo de quemar sus alas en el intento.
Vivimos en la era de la inmediatez, donde una chispa puede incendiar la pradera digital en cuestión de segundos. Un comentario desafortunado, una foto comprometedora, un gesto malinterpretado… cualquier desliz puede viralizarse y convertirse en la comidilla de las redes. Y lo que es peor, la huella digital es imborrable. El internet no olvida, archiva, cataloga y recuerda cada error, cada tropiezo, cada declaración imprudente. Este "archivo eterno" se convierte en un juez implacable, un recordatorio constante de nuestros deslices pasados.
En el ámbito político, este fenómeno adquiere una relevancia aún mayor. La credibilidad, el pilar fundamental sobre el que se construye el liderazgo, se ve constantemente amenazada por la tentación del escándalo. Algunos políticos, cegados por la búsqueda de atención, recurren a la polémica como estrategia para mantenerse en el candelero. Generan ruido, provocan controversia, apuestan por la confrontación y se alimentan de la indignación pública. Creen, ingenuamente, que la notoriedad, aunque sea negativa, les otorgará el poder que ansían. Pero se equivocan. El ruido, por muy estridente que sea, nunca construye confianza. La visibilidad sin legitimidad es efímera, un espejismo en el desierto de la credibilidad.
A largo plazo, la estrategia del escándalo se vuelve en contra de quien la utiliza. Las puertas que se abrieron con la polémica se cierran con la desconfianza. Los aliados se distancian, la ciudadanía retira su apoyo y la reputación queda manchada, quizás irreparablemente. El precio de la fama efímera es la soledad del ostracismo.
En este contexto, la comunicación estratégica debe basarse en principios éticos sólidos. No se trata de manipular la percepción pública, sino de construir narrativas auténticas que conecten con la audiencia desde la honestidad y el respeto. La transparencia, la coherencia entre el discurso y la acción, y la visión a largo plazo son los pilares de una comunicación eficaz y responsable. El verdadero liderazgo no se impone a través del escándalo, sino que se construye con la paciencia del artesano, con la constancia del labrador, con la integridad del hombre justo. Se conquista, no se arrebata. Y se sostiene, no con el ruido efímero de la polémica, sino con el eco resonante de la credibilidad.
Fuente: El Heraldo de México