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26 de julio de 2025 a las 10:05

El misterio del cerebro congelado

El inconfundible "dolor de cabeza por helado", esa punzada gélida que nos atraviesa la frente al deleitarnos con un bocado congelado, es mucho más que una simple molestia pasajera. Aunque breve e intenso, este fenómeno, conocido científicamente como "cefalea por estímulo frío", nos abre una ventana a la compleja maquinaria de nuestro sistema nervioso y su fascinante capacidad de adaptación.

Imaginen la escena: un día caluroso, un refrescante granizado en mano, y de repente, ¡zas! Ese dolor agudo, como un rayo helado, nos golpea la frente. ¿Qué ha ocurrido? La respuesta se encuentra en la delicada danza de vasoconstricción y vasodilatación que tiene lugar en los vasos sanguíneos de la zona. El contacto brusco con el frío provoca una rápida constricción de los vasos, seguida de una dilatación compensatoria. Es este cambio repentino en el flujo sanguíneo lo que nuestro cerebro interpreta como dolor.

Pero, ¿por qué lo sentimos en la frente si el estímulo se produce en la boca? Aquí entra en juego el concepto de "dolor referido". Nuestro cerebro, en su intento por interpretar la información sensorial, a veces se equivoca. En este caso, confunde la fuente del estímulo, y la sensación dolorosa, que en realidad proviene del paladar o la faringe, se proyecta hacia la frente o las sienes. Un curioso ejemplo de cómo nuestro cerebro, a pesar de su asombrosa complejidad, puede ser víctima de pequeñas confusiones.

Más allá de la anécdota, la cefalea por estímulo frío esconde una interesante conexión con mecanismos fisiológicos cruciales. Se ha demostrado que estas reacciones neurovasculares rápidas, similares a las provocadas por el helado, juegan un papel importante en la regulación de la presión intracraneal, el flujo sanguíneo cerebral y los reflejos autonómicos. Es decir, ese simple dolor de cabeza que nos produce un helado, activa rutas neuronales que los médicos intentan replicar de forma controlada en situaciones críticas, como en las unidades de cuidados intensivos.

Además, investigaciones recientes sugieren una posible relación entre la sensibilidad al frío y la hipersensibilidad del sistema trigémino, el principal nervio sensorial de la cara. Este hallazgo abre nuevas vías de investigación para comprender mejor las cefaleas y otros trastornos neurológicos.

La prevalencia de este fenómeno, que oscila entre el 15% y el 37% en la población general, aumenta significativamente en niños y adolescentes, alcanzando cifras de hasta el 79%. Esto podría deberse a la mayor reactividad del sistema nervioso en estas edades, así como a la mayor frecuencia con la que consumen alimentos y bebidas frías.

En definitiva, el "dolor de cabeza por helado", lejos de ser una simple molestia, nos ofrece una fascinante ventana al intrincado funcionamiento de nuestro cerebro y su capacidad de adaptación. Un recordatorio de que incluso las experiencias más cotidianas pueden esconder secretos científicos de gran interés. Así que, la próxima vez que sientas esa punzada gélida en la frente al disfrutar de un helado, recuerda que estás experimentando un fenómeno complejo y fascinante que aún guarda muchos misterios por desvelar. Y quizás, también, una pequeña lección de neurociencia en cada bocado.

Fuente: El Heraldo de México