
26 de julio de 2025 a las 09:05
Descubre el Hemiciclo: Juárez (Parte II)
El Hemiciclo a Juárez, un escenario imponente que ha presenciado el devenir de la historia mexicana, se yergue silencioso, extrañando la algarabía infantil que lo inundaba cada cinco de enero. Aquellas cartas elevadas en globos, cargadas de ilusiones y deseos dirigidos a los Reyes Magos, ya no flotan alrededor de la estatua de mármol impoluto del Benemérito de las Américas. La feria, con sus aromas a tamales, buñuelos, atole, y la dulce tentación de los algodones de azúcar, ha migrado a otros espacios, dejando atrás un vacío que se siente en la atmósfera misma del lugar.
Imaginen la escena: el presidente Porfirio Díaz, en el año de 1910, inaugurando este monumento, con el discurso resonante del licenciado Carlos Robles, en el que se entrelazaban los nombres de Hidalgo, Juárez y el propio Díaz, como símbolos de la patria y la civilización. Un momento crucial en la historia de México, capturado en la piedra del Hemiciclo, que hoy nos invita a reflexionar sobre el paso del tiempo y la transformación de las tradiciones.
La Alameda, escenario de este imponente monumento, guarda en su memoria momentos de gran trascendencia histórica. Desde su concepción, gracias a la visión del virrey Luis de Velasco II, hasta las anécdotas que nos relata Salvador Novo, como la multa impuesta a los dueños de animales que osaban perturbar la tranquilidad del naciente parque, la Alameda ha sido testigo silencioso del devenir de la ciudad. Imaginen a Francisco Vázquez, plantando con esmero cada uno de los árboles que adornarían el lugar, por un modesto sueldo anual, y la frustración al ver cómo el globo de metal que coronaba la primera pila, diseñada por Rodrigo Alonso, era robado.
Más allá de la anécdota pintoresca, la Alameda ha sido escenario de episodios que marcaron el rumbo de la nación. Recordemos el mitin sinarquista de 1948, descrito por José Agustín en su "Tragicomedia Mexicana", donde la intolerancia y el fanatismo llevaron a un acto grotesco: encapuchar la estatua de Juárez. Un acto que desató la furia del gobierno alemanista y que refleja la compleja dinámica política y social de la época. El clima de furor anticomunista, la mística sinarquista y la figura de Juárez como símbolo del liberalismo, se conjugaron en este episodio que aún hoy nos invita a la reflexión.
La Alameda, con sus cuatro mil álamos y sauces en 1730, según nos describe Martínez Assad, ha sido mucho más que un simple parque. Ha sido un espacio de encuentro, de recreación, pero también de protesta y de expresión política. Un lugar donde la historia se ha escrito, no solo en los libros, sino en la tierra misma, en los árboles que han presenciado el paso de generaciones y en la imponente figura de Benito Juárez, que desde su hemiciclo, observa el transcurrir del tiempo. Y recordemos también a Arnulfo Arroyo, agresor de Porfirio Díaz, cuyo destino se vio marcado por los eventos ocurridos en este emblemático lugar. La Alameda, un espacio vivo, cargado de historia y significado, que nos invita a explorar sus rincones y a descubrir las historias que se esconden tras cada uno de sus árboles y monumentos.
Fuente: El Heraldo de México