
24 de julio de 2025 a las 09:25
Domina el Contenido Infantil
La llegada de un nuevo miembro a la familia siempre es motivo de alegría y celebración. Sin embargo, en la era digital, esta alegría a menudo se traduce en una avalancha de fotos y videos en redes sociales, anunciando al mundo cada detalle, desde el primer llanto hasta la primera papilla. Es casi un reflejo automático, una costumbre arraigada en nuestra cultura de la inmediatez y la sobreexposición. Por eso, la decisión de mis cuñados de mantener a mi sobrina Sofía fuera del foco mediático, de proteger su infancia de la mirada pública, me parece no solo admirable, sino profundamente revolucionaria.
En un mundo obsesionado con compartir cada instante, resistirse a la tentación de publicar la foto perfecta del bebé es un acto de valentía. Es una declaración de principios, un reconocimiento de que la infancia es un tesoro que debe ser preservado, un espacio sagrado donde los niños pueden crecer y desarrollarse sin la presión de la opinión pública. Es entender que los niños no son contenido, no son personajes de una narrativa que nosotros construimos para alimentar nuestras redes sociales. Son seres humanos con derecho a la privacidad, a la intimidad, a forjar su propia identidad sin la carga de una huella digital impuesta desde la cuna.
El caso de mis hijos, Ale y Moni, durante la pandemia, me hizo comprender de primera mano la fragilidad de esa línea que separa la vida privada de la exposición pública. Sus TikToks, inicialmente una forma de entretenimiento en el confinamiento, se convirtieron rápidamente en un fenómeno viral. Las marcas, los contratos, las invitaciones… todo llegó de golpe, y aunque el orgullo maternal me embargaba, la preocupación por su bienestar era mayor. Eran menores de edad, expuestos a una realidad que aún no comprendían del todo. Rechazar las ofertas, proteger su anonimato, fue la decisión más difícil, pero también la más acertada.
Recuerdo vívidamente aquel episodio en Nueva York, cuando unos desconocidos los reconocieron por la calle. La sensación de vulnerabilidad que experimenté en ese momento me marcó profundamente. Pensé en Justin Bieber, en el precio de la fama temprana, en el trauma que puede generar crecer bajo el escrutinio público. ¿Qué pasaría con mis hijos, con cualquier niño, si esa fama repentina, sin estructura, sin preparación, se convirtiera en una carga demasiado pesada? Es como asomarse a un abismo sin saber dónde agarrarse.
El "sharenting", ese término que describe la sobreexposición de los hijos en redes sociales, no es un juego inocente. Es una práctica que deja una huella digital imborrable, que construye una identidad virtual antes de que el niño tenga la capacidad de decidir quién quiere ser. Vulnera su derecho a la privacidad, a elegir cuándo y cómo mostrarse al mundo. Como bien señala Delphine de Vigan en su novela "Los Reyes de la Casa", muchos jóvenes, al llegar a la edad adulta, se encuentran con un pesado lastre que les impide el anonimato, obligándoles a luchar por borrar ese pasado digital impuesto por sus padres.
Por eso, la decisión de mis cuñados me conmueve. Es un acto de amor, de respeto, de profunda conciencia. Es esperar, proteger, permitir que Sofía, cuando sea mayor, decida qué parte de sí misma quiere compartir con el mundo.
"Los Reyes de la Casa" debería ser lectura obligatoria para todos los padres que utilizan redes sociales. No se trata de juzgar, sino de reflexionar. En un mundo donde la intimidad se ha convertido en contenido, proteger la infancia es un acto radical de amor. Y tú, ¿te has preguntado si vives bajo la premisa de "posteo, luego existo"?
Fuente: El Heraldo de México