
23 de julio de 2025 a las 09:15
Encuentra tu tribu
La politización del grito “¡No estás solo!” nos obliga a reflexionar sobre la banalización de la solidaridad. De un símbolo de esperanza y respaldo a causas justas, hemos transitado a un instrumento de protección para figuras políticas cuestionables. ¿Qué nos dice esto sobre la evolución de nuestro discurso público y la fragmentación de nuestros valores?
Analicemos el caso del Zócalo en 2019. La efervescencia de un nuevo gobierno, la promesa de un cambio radical, crearon un clima propicio para la expresión genuina de apoyo. “¡No estás solo!” resonaba como un mantra de unidad, un compromiso colectivo para construir un futuro mejor. La figura presidencial, en el epicentro de este fervor, encarnaba la esperanza de millones. El grito, en este contexto, se alimentaba de la ilusión y la confianza en un proyecto de nación.
Sin embargo, el mismo grito, pronunciado en los pasillos del Poder Judicial, adquiere una connotación distinta. Si bien la defensa de la independencia judicial es una causa legítima, la selectividad del apoyo —dirigido a un ministro específico— introduce un elemento de parcialidad. ¿Se defiende la institución o se protege a un individuo? La línea se difumina, y el grito, aunque cargado de significado para algunos, pierde su universalidad.
El caso del diputado Cuauhtémoc Blanco marca un punto de inflexión aún más preocupante. “¡No estás solo!”, en boca de la mayoría legislativa, se convierte en un escudo protector ante acusaciones graves. La solidaridad, en este caso, se pone al servicio de la impunidad, pisoteando los principios de justicia y los derechos de las víctimas. El grito, antes símbolo de esperanza, se transforma en un eco sordo de complicidad.
Finalmente, el reciente episodio en el Consejo Nacional de Morena consolida esta perversión del lenguaje. Arropar a un coordinador cuestionado por sus vínculos con la delincuencia organizada demuestra hasta qué punto la lealtad partidista puede nublar el juicio ético. “¡No estás solo!” se convierte en una declaración de guerra contra la rendición de cuentas, un grito de resistencia frente a la exigencia ciudadana de transparencia.
Esta deriva del “¡No estás solo!” nos interpela como sociedad. ¿Hemos perdido la capacidad de discernir entre la solidaridad genuina y el simple corporativismo? ¿Nos hemos resignado a la manipulación del lenguaje como herramienta política? El grito, en su ambigüedad actual, refleja la polarización y la crisis de valores que atraviesa nuestro país. Recuperar su significado original requiere un ejercicio de autocrítica y una reafirmación de los principios que deben guiar nuestra convivencia democrática. La verdadera solidaridad no puede construirse sobre la base de la impunidad y la complicidad.
Fuente: El Heraldo de México