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23 de julio de 2025 a las 09:25
Domina la noche sin cansancio
La incertidumbre se instala como una niebla espesa, un manto que cubre todo con la duda y la angustia. "¿Quién sabe?", se preguntan las madres, las hermanas, los esposos, con la mirada perdida en el horizonte, buscando una señal, un atisbo de esperanza en la monotonía desoladora de la ausencia. Ese "quién sabe" se convierte en un mantra, una plegaria susurrada al viento, cargada de la dolorosa posibilidad del regreso, pero también del terror a la confirmación definitiva de la pérdida. Como si la mera mención del nombre del desaparecido pudiera conjurar su presencia, lo nombran en voz baja, recordando sus gestos, sus palabras, sus risas, construyendo un escudo frágil contra el olvido, contra la brutal realidad de su desaparición.
La maquinaria del silencio trabaja sin descanso. El miedo, ese veneno invisible, se infiltra en las conversaciones, en las miradas, en los silencios. La palabra, antes libre y vibrante, se esconde, se asfixia, se convierte en un susurro temeroso. Las calles, antes llenas de vida, ahora se sienten vacías, pobladas por fantasmas y por el eco de las voces silenciadas. El poder, en su afán de control, teje una red de intimidación, donde la disidencia es un delito y la libertad de expresión, una peligrosa herejía. Las leyes se retuercen, se adaptan a la conveniencia del opresor, se convierten en instrumentos de represión. No importa el continente, no importa la ideología, el mecanismo es el mismo: sembrar el terror para cosechar la obediencia.
Desde las redes sociales hasta los medios tradicionales, la censura extiende sus tentáculos, buscando acallar cualquier voz que se atreva a cuestionar, a disentir, a mostrar la verdad desnuda. Un simple post, un programa de humor, una crítica, todo es susceptible de ser eliminado, silenciado, borrado. El poder se blinda tras un muro de silencio, creyendo que así puede ocultar sus errores, sus abusos, su corrupción. Pero la verdad, como el agua, siempre encuentra la manera de filtrarse, de emerger, de inundarlo todo.
La historia de Awumey nos recuerda la fragilidad de la vida, la crueldad de la injusticia, la importancia de la memoria. Sus personajes, víctimas de la sinrazón, se convierten en símbolos de la resistencia, en ejemplos de la lucha por la libertad. La poesía, la literatura, el arte, se convierten en armas poderosas contra la opresión, en faros que iluminan la oscuridad. El profesor ciego, ese Homero moderno, representa la sabiduría, la resistencia del espíritu humano, la capacidad de encontrar la luz incluso en las tinieblas más profundas.
La misión del superviviente es clara: contarlo todo. Convertirse en la voz de los que ya no tienen voz, en la memoria de los que han sido olvidados. Encender la fogata de la verdad, reunir a la tribu y narrar las atrocidades, las injusticias, el dolor. Mantener viva la llama de la esperanza, recordar al mundo que la lucha por la libertad nunca termina, que el silencio nunca será la respuesta. Y que, aunque la bruma del censor parezca impenetrable, siempre habrá una grieta por donde se filtre la luz.
Fuente: El Heraldo de México