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22 de julio de 2025 a las 06:30
Testimonios: Avión se estrella contra escuela
El estruendo aún resuena en los oídos de Dhaka. No el de un trueno, sino el del metal retorcido y el fuego abrazando el cemento. Un sonido que se grabó a fuego en la memoria colectiva de una ciudad que jamás olvidará la tarde en que el cielo escupió tragedia sobre la Escuela y Colegio Milestone. Veinte vidas segadas, más de ciento setenta heridas, y un sinfín de almas marcadas por el horror. Las historias que emergen de entre los escombros son desgarradoras, crónicas de una pesadilla en pleno día. Imaginen a Farhan Hasan, un joven estudiante que acababa de terminar un examen, respirando aliviado, quizá pensando en el descanso merecido. En un instante, esa tranquilidad se transformó en una película de terror. El avión, envuelto en llamas, se precipitaba justo frente a sus ojos. Su amigo, compañero de pupitre, compañero de estudios, compañero de vida, desapareció en un abrir y cerrar de ojos, arrebatado por la vorágine de metal y fuego. La imagen, grabada a fuego en su retina, le perseguirá para siempre. Y los padres, llegando a recoger a sus pequeños, ilusionados con el reencuentro tras la jornada escolar, convertidos en víctimas inocentes de una fatalidad que nadie pudo prever.
El testimonio de Farhan no es un caso aislado. Es un eco del dolor que se multiplica en cada rincón de Dhaka. Profesores que vieron cómo el cielo se desplomaba sobre sus alumnos. Rezaul Islam, Masud Tarik, nombres que ahora se unen a la larga lista de testigos de una tragedia que marcará sus vidas para siempre. "Solo vi fuego y humo", palabras que resumen la impotencia, el shock, el horror indescriptible. Niños, muchos niños, atrapados en el infierno. La imagen de las ambulancias, una tras otra, transportando a los heridos, se ha convertido en el símbolo de una ciudad herida, una ciudad que llora a sus hijos.
El Instituto Nacional de Quemaduras y Cirugía Plástica se ha convertido en el epicentro del dolor. Decenas de pequeños, con edades entre 9 y 14 años, luchan por sus vidas, con quemaduras que les marcarán para siempre. Rostros infantiles que reflejan el sufrimiento, la confusión, el miedo. Médicos y enfermeras trabajando contrarreloj, en una batalla contra el tiempo y la desesperanza.
Shah Alam, con la voz quebrada por el dolor, recuerda a su sobrino Tanvir, un niño de tan solo 8 años, cuyo cuerpo yace ahora en la morgue. La imagen del padre, incapaz de articular palabra, destrozado por la pérdida, es un puñal en el corazón de una nación entera. Y esa madre, que habló con su hijo momentos antes del accidente, y que ahora se aferra a la esperanza de un milagro, mientras el silencio del teléfono se convierte en la peor de las torturas.
Pero en medio de la tragedia, surge la solidaridad. Dhaka se levanta, se une en el dolor, pero también en la esperanza. Decenas de personas acuden a donar sangre, un gesto de humanidad que reconforta el alma. Políticos, representantes de diferentes partidos, dejan de lado sus diferencias y se unen en el apoyo a las víctimas. El Ministerio de Salud coordina los esfuerzos, distribuyendo a los heridos en siete hospitales de la capital.
El luto nacional decretado por el gobierno interino es un reflejo del dolor que embarga a todo un país. Las banderas a media asta son un símbolo de respeto, de recuerdo, de promesa de justicia. La investigación en curso buscará respuestas, intentará comprender las causas de esta tragedia, para que nunca más se repita. Pero las cicatrices, las heridas del alma, permanecerán. Dhaka, herida pero no rota, se levanta con la fuerza de su gente, con la esperanza de un futuro mejor, un futuro en el que el cielo no vuelva a escupir fuego sobre sus hijos.
Fuente: El Heraldo de México