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21 de julio de 2025 a las 09:40
¡Última oportunidad!
La vecindad entre México y Estados Unidos, una relación tan compleja como vital, ha atravesado por momentos de profunda sintonía y otros de agrias discrepancias. El periodo previo al 11 de septiembre de 2001 prometía una nueva era de entendimiento entre ambos países. La llegada de Vicente Fox y George W. Bush, con sus deseos de marcar una ruptura con el pasado, auguraba una etapa de mayor cooperación, especialmente en el crucial tema migratorio. Sin embargo, los atentados terroristas no solo derribaron las Torres Gemelas, sino también las esperanzas de una relación bilateral más fluida. La tibia respuesta mexicana, percibida como insensible ante la tragedia que vivía su vecino y socio, generó un distanciamiento considerable. A esto se sumó la falta de cohesión al interior del gabinete mexicano, que Fox no logró controlar, y un nacionalismo mediático que exacerbó las diferencias. Más adelante, la postura mexicana ante la invasión a Irak terminó de convencer a Washington de que México no era un aliado incondicional. El error no radicó en oponerse a la invasión, sino en la incoherencia de buscar beneficios comerciales mientras se mostraba una falta de solidaridad en un momento crítico. La propia gestión mexicana en el Consejo de Seguridad de la ONU, marcada por disputas internas, reforzó la imagen de un país inconsistente, algo difícil de digerir en una relación de tanta intensidad.
El huracán Katrina, en 2005, representó un punto de inflexión. La eficiente ayuda brindada por México, en contraste con las dificultades internas que enfrentaba Estados Unidos para gestionar la catástrofe, impresionó a Bush. El terrorismo y los desastres naturales evidenciaron la vulnerabilidad estadounidense y la necesidad de cooperación. Este gesto mexicano abrió una nueva etapa de entendimiento bilateral. Washington reconoció la importancia de la colaboración y el valor de un vecino solidario. La experiencia del Katrina demostró que la responsabilidad, los valores compartidos y la constancia son pilares fundamentales en la relación bilateral. No se trata de una obediencia ciega, sino de mantener posiciones firmes y transparentes, incluso en el disenso.
Actualmente, nos encontramos en un escenario diferente. La administración estadounidense parece deleitarse en señalar las contradicciones mexicanas, y nuestras respuestas, aunque enérgicas, carecen de una estrategia sólida. Al igual que con Bush, si bien no hay instrucciones explícitas para cada agencia, existe un clima generalizado de cuestionamiento hacia México y una creciente impaciencia. Los temas de conflicto se multiplican: agua, aviación, plagas agrícolas, fentanilo, migración… La lista parece interminable. Ante esta situación, es crucial un ejercicio de autocrítica. Debemos definir nuestros principios y valores, y mantenernos fieles a ellos para proyectar una imagen de seguridad y confianza. Asimismo, es imperativo diversificar nuestras relaciones internacionales en todos los ámbitos: comercial, político y social. La realidad geográfica es inalterable, pero la dependencia excesiva de la relación con Estados Unidos nos vuelve vulnerables. El huracán Katrina nos enseñó una valiosa lección sobre la importancia de la cooperación, pero parece que la hemos olvidado. Transformar la vecindad en una verdadera oportunidad es un imperativo para nuestro interés nacional y regional. Los gobiernos son transitorios, pero su responsabilidad es construir un futuro sólido a largo plazo.
Fuente: El Heraldo de México