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21 de julio de 2025 a las 19:50

Tragedia Escolar: El Relato de un Maestro

El estruendo aún retumba en mis oídos. Era un lunes como cualquier otro en Milestone, las risas de los niños llenaban el aire, el bullicio habitual a la hora de salida, las mochilas listas, la anticipación del fin de la jornada. De pronto, un fogonazo cegador, una explosión que hizo temblar la tierra bajo nuestros pies. Pensé, por un instante, en un terremoto. Pero no, era algo mucho peor. El fuego lo devoraba todo, las llamas se extendían con una voracidad aterradora, lamiendo las paredes de la escuela, convirtiendo la alegría en un infierno en cuestión de segundos. El humo acre me asfixiaba, el olor a metal quemado y a… ¿qué era eso? ¿Pintura? ¿Libros? No podía distinguirlo. Solo recuerdo el pánico en los ojos de mis alumnos, sus gritos desgarradores pidiendo auxilio. Mi instinto fue protegerlos, como siempre lo he hecho. Corrí al baño, empapé un trapo y me lo puse sobre la nariz. Luego, con la poca voz que me quedaba, les grité que hicieran lo mismo, que se agacharan, que se cubrieran la cara. Muchos ya tenían la ropa en llamas. La imagen de sus pequeños cuerpos envueltos en fuego me perseguirá por siempre. Logré sacar a tres de ellos, uno estaba gravemente herido, su piel se desprendía. Lo envolví en mi bufanda, no tenía nada más con qué sujetarlo, y corrí con él al hospital. El dolor en mis manos, en mi cara, en mis orejas, era insoportable, pero tenía que mantenerme firme, por ellos, por los que ya no estaban.

Al salir del edificio, el panorama era desolador. Las llamas se alzaban hacia el cielo, devorando el comedor, las aulas… todo. El humo negro lo cubría todo, como un manto de muerte. La gente corría desesperada, buscando a sus hijos, a sus hermanos, a sus amigos. El aire estaba impregnado de un silencio denso, roto solo por los lamentos de los heridos y el crepitar del fuego. Ahora, desde esta cama del Hospital Lubana, con el cuerpo vendado y el alma destrozada, revivo una y otra vez esos momentos de terror. Pienso en las familias que han perdido a sus seres queridos, en los niños que ya no volverán a la escuela, en el futuro que nos han arrebatado. Me consuela saber que pude salvar a algunos de mis alumnos, pero la culpa me carcome. ¿Pude haber hecho más? ¿Pude haber evitado esta tragedia? Preguntas que, me temo, me acompañarán por el resto de mis días. Sé que el piloto, el teniente Mohammad Towkir Islam, intentó evitar una catástrofe mayor, desviando el avión de las zonas residenciales. Un acto heroico que, lamentablemente, no fue suficiente. Pero, ¿por qué falló el avión? ¿Qué pasó en esos últimos minutos antes del impacto? Exijo respuestas, como todos los que hemos sufrido esta terrible pérdida. Necesitamos saber la verdad, para poder empezar a sanar, para que esto no vuelva a suceder. Que la memoria de las víctimas nos impulse a exigir mayor seguridad, a no olvidar este día que ha marcado a fuego nuestras vidas. Que este dolor se transforme en un clamor por justicia y en un compromiso para construir un futuro donde las escuelas sean lugares seguros, donde los niños puedan aprender y crecer sin miedo.

Fuente: El Heraldo de México