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21 de julio de 2025 a las 10:00

El Rugido Silencioso de Morena

El aire denso de solemnidad que envolvía al Consejo Nacional de Morena en la Ciudad de México contrastaba con la palpable incomodidad que se respiraba entre los asistentes. La liturgia partidista, más devota que deliberativa, se desarrollaba bajo la sombra de tres nombres ausentes, fantasmas que susurraban en los pasillos: Adán Augusto López, Ricardo Monreal y Andy López Beltrán. Su ausencia física resonaba con más fuerza que cualquier consigna coreada desde la tribuna, un silencio elocuente que hablaba volúmenes sobre las tensiones internas del partido.

El caso de Adán Augusto, perseguido por el escándalo de su exsecretario de Seguridad, Hernán Bermúdez, se convertía en el elefante en la habitación. Los intentos por minimizar el asunto, barrerlo bajo la alfombra de la retórica política, resultaban patéticos. Incluso las intervenciones de figuras prominentes como Luisa María Alcalde y Alfonso Durazo, con sus alusiones veladas y omisiones calculadas, evidenciaban la incomodidad del tema. El propio Adán Augusto, achacando todo a la “politiquería”, parecía aferrarse a un discurso desgastado, mientras su paisano, el gobernador Javier May, se lavaba las manos con una frase que resonaba con fría indiferencia: “cada quien que se rasque con sus uñas”. La falta de un apoyo contundente, la ausencia de una defensa férrea, dejaba al tabasqueño en una posición vulnerable, expuesto a la vorágine de especulaciones y cuestionamientos.

La ausencia de Ricardo Monreal, aunque justificada, se interpretaba como una jugada estratégica, un jaque preventivo ante los lineamientos aprobados por el Consejo, que impactaban directamente a su grupo político. La prohibición de la reelección y el veto al nepotismo parecían medidas dirigidas a contener su influencia, a limitar su poder dentro del partido. ¿Casualidad? Difícil de creer. La suspicacia se extendía como una mancha de aceite, alimentando las teorías y conjeturas sobre las luchas intestinas en Morena.

Andy López Beltrán, el hijo del presidente, también optó por la discreción, escudándose en un asunto “un poquito urgente”. Su silencio, sin embargo, amplificaba las sospechas, avivaba el fuego de las especulaciones que lo vinculaban con el caso Tabasco. Su ausencia, al igual que la de Monreal, se leía como una maniobra evasiva, una forma de protegerse del escrutinio público y evitar complicaciones en un momento delicado para el partido.

El discurso de Alfonso Durazo, presidente del Consejo, se convirtió en un sermón de unidad forzada, una misa de fe partidista donde la repetición monocorde de la palabra "unidad" sonaba más a advertencia que a convicción. El aroma a dogma, a lealtad absoluta, impregnaba el ambiente, transformando al obradorismo en una doctrina de redención donde la disidencia se equiparaba a la herejía y la aspiración sin permiso se castigaba con la excomunión política.

Luisa María Alcalde, con su discurso de frases recicladas y promesas de limpieza moral, cerraba el acto con un toque de ironía. Sus palabras sobre ética y formación contrastaban con la realidad de un partido plagado de operadores con más pasado que principios. La afirmación de que Morena no protege corruptos sonaba más a coartada preventiva que a una declaración de principios.

Mientras los focos iluminaban el escenario, la verdadera trama se desarrollaba entre sombras, cuchicheos y pasillos. La coreografía de poder, blindaje y simulación se ejecutaba con precisión, ocultando las tensiones y fracturas bajo un manto de aparente unidad. Morena se vestía con un traje de unidad, pero debajo de la tela, las costuras crujían en silencio, amenazando con desgarrar la frágil apariencia de cohesión.


En un giro inesperado, Alessandra Rojo de la Vega se convertía en la principal aspirante de la oposición a la Jefatura de Gobierno de la CDMX. Su ocurrencia al retirar las estatuas del Che y Fidel de un parque de la alcaldía Cuauhtémoc, le permitió subir al ring político a figuras de la talla de Sheinbaum y Clara Brugada. La tibia respuesta de los morenistas locales, que incluso requirió la intervención de secretarios de Estado, amplificó el impacto de la acción de Rojo de la Vega, dándole una visibilidad mediática que la catapultó a la escena política.

En cuestión de horas, Rojo de la Vega se adueñó de la agenda pública, generando un debate que, paradójicamente, le fue servido en bandeja de plata por la 4T. La desproporcionada reacción del partido gobernante infló la importancia del tema, convirtiendo a Rojo de la Vega en una figura relevante en el panorama político de la capital.


Y como diría el filósofo… cuyo nombre se me escapa en este momento: "Adán Augusto no está solo… pero tampoco lo apoyan".

Fuente: El Heraldo de México