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21 de julio de 2025 a las 18:55

Ciclista Atropellada por Camioneta de Valores en CDMX

La tensión se palpaba en el aire. El claxon aún resonaba en los oídos de los testigos, un eco fantasmal del impacto. Una camioneta de valores, imponente mole de metal, se alzaba sobre la figura tendida en el asfalto de la Calzada de la Viga, a escasos metros del cruce con Viaducto Río de la Piedad. La tarde, que había comenzado con la rutina habitual del bullicio citadino en la colonia Asturias, se tornaba gris, teñida por la incertidumbre y el drama.

Una mujer, de aproximadamente 40 años, yacía en el suelo. Su cuerpo, frágil contra la fría carrocería, se convertía en el centro de todas las miradas. Un murmullo recorría a los curiosos que, poco a poco, se agolpaban en torno a la escena, sus rostros reflejando una mezcla de conmoción y morbo. El tráfico, habitualmente denso en esta importante arteria vial, se colapsaba, transformando el constante fluir de vehículos en un enjambre de luces intermitentes y cláxones impacientes.

La llegada del paramédico en su motocicleta del ERUM, abriéndose paso entre la multitud, trajo un atisbo de esperanza. Con la premura que la situación exigía, se arrodilló junto a la víctima, sus manos expertas iniciando la evaluación de sus heridas. Cada gesto, cada movimiento, era seguido con atención por los presentes, que contenían la respiración, esperando un diagnóstico, una señal.

Mientras tanto, el conductor de la unidad 624 de Tecnoval, con el rostro pálido y la mirada perdida, permanecía inmóvil junto a su vehículo. La presión de la situación, la repentina carga de responsabilidad, parecía haberlo paralizado. A su alrededor, los agentes de policía aseguraban la zona, impidiendo el paso y tomando declaraciones de los testigos. El protocolo, frío e implacable, se ponía en marcha.

El futuro inmediato se presentaba incierto, bifurcándose en diferentes caminos. La justicia, ciega e imparcial, sopesaría las circunstancias, analizaría las evidencias y dictaría su veredicto. ¿Se limitaría el caso a una mera transacción económica, con el pago del seguro por parte del conductor para cubrir los gastos médicos y la posible reparación del vehículo de la víctima? ¿O la afectada, quizá impulsada por la indignación y el dolor, recurriría a la intervención del Juzgado Cívico, buscando una sanción más allá de la compensación monetaria?

En ese escenario, la conciliación se erigiría como un puente entre la víctima y el victimario, una oportunidad para alcanzar un acuerdo que, si bien no borraría lo sucedido, permitiría a ambas partes seguir adelante. De no ser posible, el juez, con la balanza de la ley en su mano, impondría una multa al conductor, obligándolo a asumir las consecuencias de sus actos.

La Calzada de la Viga, testigo silencioso de innumerables historias, se convertía en el escenario de un drama cotidiano, un recordatorio de la fragilidad de la vida y la importancia de la responsabilidad al volante. Mientras la tarde caía y las sombras se alargaban, la incertidumbre seguía flotando en el aire, a la espera de una resolución. El destino de la mujer herida, al igual que el del conductor, pendía de un hilo, en manos de la justicia y del devenir del tiempo.

Fuente: El Heraldo de México