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20 de julio de 2025 a las 05:15

El suadero secreto del Che

La Ciudad de México, crisol de culturas y sabores, guarda entre sus calles empedradas y avenidas bulliciosas, un sinfín de anécdotas que se entrelazan con la vida de personajes históricos. Uno de ellos, el icónico Ernesto "Che" Guevara, dejó su huella no solo en la geopolítica mundial, sino también, aunque parezca insólito, en la historia culinaria de la capital. Mucho antes de la Revolución Cubana, antes de las boinas y las barbas guerrilleras, un joven Guevara recorrió las calles de la ciudad, descubriendo sus rincones y, por qué no, sus sabores más emblemáticos. Y es aquí donde entra en escena un protagonista inesperado: el taco de suadero.

Imaginen la escena: Ernesto Guevara, recién llegado a México, exiliado tras el golpe de Estado en Guatemala, con los bolsillos vacíos y el futuro incierto. Un hombre acostumbrado a la vida académica, a los estudios de medicina en la prestigiosa Universidad de Buenos Aires, se ve obligado a buscar trabajo para sobrevivir en una ciudad desconocida. Consigue un puesto como asistente de laboratorio en el Hospital General, un oasis en medio de la tormenta, un lugar que le permite no solo mantenerse a flote económicamente, sino también conectarse con otros profesionales, forjar amistades y, crucialmente, descubrir la gastronomía local.

Según relata el historiador Paco Ignacio Taibo II en su documental "El Ché y Fidel. Ernesto antes del Che, su paso por la Ciudad de México", Guevara solía frecuentar, junto a sus compañeros del hospital, los puestos callejeros que se apostaban en las inmediaciones, especialmente en el cruce de Dr. Pasteur y Dr. Francisco de P. Mirón en la colonia Doctores. Allí, entre el bullicio y el aroma a carne asada, el futuro revolucionario se encontraba con un platillo desconocido para su paladar argentino: el taco de suadero.

La reacción de Guevara ante este manjar popular, según Taibo II, fue una mezcla de curiosidad y cautela. “Carnes de origen desconocido”, escribió en una de sus cartas, una frase que revela tanto su desconocimiento de los entresijos de la cocina mexicana, como su espíritu inquisitivo y su agudo sentido de la observación. Si bien la expresión podría interpretarse como una muestra de desconfianza, también refleja el asombro ante una nueva experiencia culinaria, ante un sabor potente y diferente a todo lo que había probado antes.

Es fascinante imaginar al joven Ernesto, inmerso en el ambiente vibrante de la ciudad, descubriendo no solo nuevos sabores, sino también nuevas realidades. Los tacos de suadero, con su peculiar sabor y su origen humilde, se convirtieron en un símbolo de su experiencia mexicana, un recordatorio de su paso por una ciudad que lo acogió en momentos difíciles y que, sin saberlo, lo estaba preparando para la transformación que lo convertiría en el "Che".

Más allá de la anécdota gastronómica, la historia de Guevara y los tacos de suadero nos habla de la capacidad de la comida para conectar culturas, para tender puentes entre realidades dispares. Un simple taco, un bocado cotidiano para los chilangos, se convierte en un elemento clave para comprender la vida de un personaje histórico, para humanizarlo y acercarlo a nosotros. Nos recuerda que, detrás de las figuras legendarias, hay personas con gustos y preferencias, con experiencias cotidianas que los moldean y los definen. Y en el caso del Che, una parte de esa definición, aunque pequeña, se forjó en las calles de la Ciudad de México, al calor de un anafre y al sabor inconfundible del suadero.

Fuente: El Heraldo de México