
19 de julio de 2025 a las 09:20
¿Política narrativa o inercia política?
La desafección política que recorre el mundo no es un fenómeno aislado, sino el síntoma de una crisis más profunda: la pérdida del sentido. Ya no se trata simplemente de conquistar el poder, sino de qué se hace con él una vez alcanzado. Observamos a gobiernos, electos en la vorágine de la coyuntura, naufragar en la gestión, atrapados en la inercia y desconectados de las verdaderas necesidades ciudadanas. Sus campañas, orquestadas con precisión milimétrica, apelan a las emociones efímeras, pero carecen de la sustancia que alimenta un proyecto de largo aliento. Las estructuras partidarias, convertidas en maquinarias electorales, administran el presente sin imaginar el futuro. Y los liderazgos, asfixiados por la inmediatez, se debaten entre respuestas tácticas que no construyen un relato estratégico convincente.
El dominio de la técnica comunicacional ha eclipsado la importancia del mensaje. Sabemos cómo llegar a las audiencias, pero hemos olvidado qué decirles. Las estrategias, desprovistas de una narrativa que las sustente, se reducen a meros ejercicios mecánicos, destinados a agotarse en la brevedad del ciclo electoral. La ciudadanía, bombardeada por información fragmentada y efímera, no busca datos, sino sentido. Anhela una visión de futuro que le permita comprender el presente y proyectarse hacia un horizonte de esperanza. Las nuevas generaciones, hiperconectadas y escépticas, exigen coherencia, transparencia y, sobre todo, un propósito que trascienda la mera administración de lo existente.
En este escenario complejo, la figura del consultor político adquiere una nueva dimensión. Su rol ya no se limita a pulir la imagen o afinar el discurso, sino a interpelar las decisiones, a cuestionar los axiomas y a construir narrativas que conecten con las aspiraciones ciudadanas. Incomodar, provocar, generar diálogo, son verbos que definen su nueva misión. Porque sin una narrativa que articule las acciones con un propósito trascendente, la legitimidad se erosiona y el liderazgo se diluye en la volatilidad del presente.
La obsesión por la táctica, por el control del poder a corto plazo, ha sumido a la política en una profunda crisis de sentido. Es urgente reconstruir el propósito, entender que el poder no es un fin en sí mismo, sino una herramienta para la transformación social. El verdadero debate ya no se libra entre ideologías antagónicas, sino entre liderazgos con propósito y estructuras vacías de contenido. La ciudadanía demanda un compromiso genuino con sus necesidades, una defensa de la justicia y una oposición a la injusticia, independientemente de quién las proponga.
Gobernar, en el contexto actual, significa ejercer el poder con sentido, respondiendo a la pregunta fundamental: ¿para qué estamos aquí? La política debe recuperar su esencia como instrumento de construcción colectiva, como espacio de diálogo y como motor de cambio social. Solo así podrá reconectar con la ciudadanía y recuperar la legitimidad perdida.
Fuente: El Heraldo de México