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19 de julio de 2025 a las 09:20

El poder corrompe: ¿Trump lo comprobó?

La ovación se transformó en un abucheo ensordecedor. El escenario: la final del Mundial de Clubes, un evento de magnitud global, la cancha vibrante del MetLife Stadium, un templo del deporte. El protagonista: Donald Trump, el controvertido mandatario estadounidense, buscando un baño de masas que se convirtió en un gélido chapuzón de realidad. La imagen del presidente con la mano en el corazón, intentando mantener la compostura ante el clamor de desaprobación, se grabó a fuego en la memoria colectiva. No era un rechazo al fútbol, ni al Chelsea victorioso, sino un grito ahogado contra las políticas que han marcado su administración.

El descontento popular se ha ido gestando como una tormenta silenciosa, alimentada por los recortes a programas sociales, la intensificación de las redadas antiinmigrantes, la retórica incendiaria que divide y polariza. El "hermoso presupuesto" del que Trump se jacta, para muchos se traduce en la pérdida de derechos fundamentales, en la angustia de familias separadas, en la precariedad de quienes buscan una vida mejor. El eco de las protestas resuena más allá del estadio, en los campos de cultivo donde la mano de obra inmigrante es esencial, en las comunidades que temen la sombra del ICE, en los consultorios médicos donde el acceso a la salud reproductiva se ve amenazado.

La ironía es palpable. Trump, un hombre de negocios, un maestro del espectáculo, asistió a la final del Mundial no por amor al deporte, sino por el aroma del dinero, por los miles de millones que el Mundial 2026 promete generar. Sin embargo, su propia política migratoria, esa cacería implacable de indocumentados, pone en riesgo el éxito del evento. El Caucus Hispano del Congreso lo ha advertido con claridad: la sombra de la xenofobia puede eclipsar el brillo del fútbol.

El dilema es complejo. Trump se encuentra atrapado en una red tejida por sus propias decisiones. Recular en su política migratoria podría interpretarse como una señal de debilidad, un golpe a su imagen de líder inflexible. Mantener el rumbo, por otro lado, amenaza con alienar a una parte significativa de la población y poner en peligro la viabilidad económica del Mundial. El magnate, acostumbrado a dictar las reglas del juego, se enfrenta a un partido crucial donde el resultado es incierto. El abucheo en el estadio es un presagio, una advertencia que resuena con fuerza en los pasillos del poder. El 2026 se acerca, y con él, la hora de la verdad. ¿Será capaz Trump de cambiar el rumbo o se aferrará a sus convicciones, aunque eso signifique perder el partido más importante de su carrera política? El tiempo, implacable, dictará sentencia.

Fuente: El Heraldo de México