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17 de julio de 2025 a las 08:05
El cadáver equivocado: una madre revive su pesadilla
La angustia de María Teresa se palpa en cada palabra, en cada suspiro que escapa por el teléfono. Cinco años. Cinco años llevando flores a una tumba, derramando lágrimas sobre un nombre grabado en piedra, un nombre que ahora, cruelmente, se desdibuja en la incertidumbre. Cinco años creyendo tener cerca los restos de su hija, Dulce Marmolejo, arrebatada de su hogar en Irapuato en un acto de violencia que aún resuena en las calles de la colonia Santa Julia. Cinco años de un duelo que ahora se reabre, más profundo, más lacerante, ante la revelación de un error imperdonable.
La Fiscalía General del Estado de Guanajuato, la institución que debería brindar consuelo y justicia, le ha asestado un nuevo golpe a esta madre coraje. La han citado, la han notificado con frialdad burocrática: el cuerpo que enterró, el que veló, el que lloró durante cinco largos años, no pertenece a su hija. Un torso, un cráneo… piezas que no encajan, restos que se mezclan en el caos del Semefo, como si la vida, la muerte, la identidad misma, fueran un rompecabezas macabro en manos inexpertas.
La memoria de María Teresa se aferra a los detalles. Recuerda las cicatrices de Dulce, marcas indelebles en su piel, ausentes en el expediente, ausentes en el cuerpo que yace en la tumba. Desde el principio, la duda la carcomía. Un presentimiento, la intuición de una madre que conoce a su hija mejor que nadie, le susurraba que algo no estaba bien. Y ahora, la confirmación de sus peores temores la deja en un desamparo aún más profundo.
¿Dónde está Dulce? La pregunta resuena con la fuerza de un grito desgarrador, un eco que se propaga por los rincones de la impotencia. María Teresa, miembro del colectivo “Hasta Encontrarte”, una agrupación de familias unidas por el dolor de la desaparición, se encuentra ahora buscando de nuevo a su hija, reviviendo la pesadilla de la incertidumbre. No solo busca un cuerpo, busca la verdad, busca la justicia que le ha sido negada.
La exhumación se cierne como una nueva herida. Un procedimiento frío, necesario, pero que reabre el dolor, la angustia de no saber. Entregar un cuerpo que no es el de su hija, un cuerpo que no le pertenece, mientras la verdadera Dulce permanece perdida en algún lugar, un fantasma en el laberinto de la impunidad.
La indignación de María Teresa es palpable. "No es justo," clama. La herida, cuidadosamente suturada por el tiempo, se desgarra de nuevo, exponiendo la carne viva del dolor. La Fiscalía, con su error, no solo ha prolongado la agonía de esta madre, sino que ha sembrado la duda sobre la eficacia de sus procedimientos, sobre su capacidad para brindar justicia a las víctimas. ¿Cuántos otros cuerpos, cuántas otras identidades se habrán confundido en el caos? ¿Cuántas otras familias estarán llorando sobre tumbas equivocadas?
La historia de María Teresa es un grito desesperado en la oscuridad, un llamado a la conciencia, una exigencia de justicia. Es la historia de una madre que se niega a rendirse, que seguirá buscando a su hija hasta encontrarla, hasta que la verdad salga a la luz y los responsables de este error irreparable rindan cuentas. Es la historia de una lucha inclaudicable contra la impunidad, contra el olvido, contra la indiferencia que permite que tragedias como esta se repitan una y otra vez.
Fuente: El Heraldo de México