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16 de julio de 2025 a las 09:35
Secretos de Gourmet para presupuestos ajustados
El contraste es abismal. De la emocionante e innovadora Copa Mundial de Clubes, una idea brillante de Gianni Infantino que ha capturado la atención del mundo futbolístico, pasamos a la cada vez más decepcionante Liga MX. Un torneo local que, en su formato actual, condena a casi la mitad de sus participantes a una perpetua mediocridad, sin la amenaza del descenso que impulse la competitividad. Mientras los grandes de Europa se enfrentan con la seriedad y el compromiso que merece un torneo de tal calibre, en México la falta de incentivos y un sistema que premia la medianía perpetúan un ciclo de resultados poco inspiradores. Afortunadamente, se vislumbra una luz de esperanza: un grupo de dirigentes, conscientes de esta problemática, comienza a alzar la voz y a luchar por una justicia deportiva que, sin duda, podría devolverle la emoción y el prestigio a nuestra liga.
Es fascinante observar cómo el Mundial de Clubes, inicialmente recibido con escepticismo, ha logrado cautivar a los equipos europeos. El PSG de Luis Enrique, en la mejor temporada de su historia, cayó ante un Chelsea rejuvenecido y lleno de talento, demostrando la importancia que ha cobrado este torneo. Las palabras de Enzo Maresca, técnico del Chelsea, resonaron con fuerza al afirmar que esta competición pronto alcanzará el prestigio de la Champions League. La entrega y el compromiso de los equipos participantes confirman esta tendencia. El PSG, por ejemplo, llegaba a la final con una defensa casi impenetrable, habiendo recibido solo tres goles desde abril. Sin embargo, el fútbol es impredecible, y un meritorio rival, combinado con la ley de las probabilidades, truncó su camino hacia un título que, a pesar de la derrota, rozó la gloria.
Los equipos brasileños, por su parte, demostraron un nivel comparable al de los clubes europeos de media tabla o incluso al de la liga portuguesa, superando a los representantes lusos en el torneo. La MLS y la Concacaf, en cambio, evidenciaron una clara inferioridad, aunque con destellos de esperanza como la actuación de Rayados, que inquietó al Borussia Dortmund e igualó al Inter de Milán, aunque este último resultado puede considerarse engañoso. Los equipos argentinos, lastrados por la precaria situación económica de su país, no pudieron desplegar todo su potencial, obligados a exportar sus mejores talentos a ligas más poderosas.
En contraste con la emoción del Mundial de Clubes, la Copa Oro, con la participación de la selección mexicana, se presenta como un espectáculo deslucido. Personalmente, confieso que solo he seguido los partidos de la selección por obligación profesional. Si dependiera de mí, no los vería. La selección, antaño fuente de inmensa alegría e ilusión, ahora no despierta en mí ningún sentimiento positivo. El aficionado, al igual que cualquier ser humano, busca constantemente la superación y anhela disfrutar de espectáculos de calidad. Si la selección mexicana no cambia de rumbo, buscando la reincorporación a la Copa América y dejando atrás la mediocre Copa Oro, corre el riesgo de perder el interés de un público cada vez más exigente. Este sentimiento de decepción, estoy seguro, lo comparten muchos aficionados que, como yo, anhelan ver a su selección brillar en los grandes escenarios.
Fuente: El Heraldo de México