
16 de julio de 2025 a las 09:30
El misterio de Evita
La audacia de Jamie Lloyd al trasladar el icónico "No llores por mí, Argentina" a las calles londinenses, fuera del alcance visual de quienes pagan por la experiencia completa de Evita, ha generado una fascinante controversia que trasciende el ámbito teatral. Más allá de la indignación expresada en redes sociales por algunos espectadores que se sienten "robados" de un momento crucial, la decisión del director nos invita a reflexionar sobre la naturaleza misma del espectáculo, la permeabilidad de la ficción y la realidad, y la resonancia inquietante que la figura de Eva Perón sigue teniendo en el imaginario colectivo.
La imagen de Rachel Zegler, ataviada con el esplendor de la primera dama argentina, dirigiéndose no a una multitud de extras, sino a los transeúntes desprevenidos de Argyll Street, crea un cortocircuito entre el artificio teatral y la vida cotidiana. Ese instante efímero, en el que la ficción se derrama sobre la realidad, convierte a los viandantes en actores involuntarios de una performance que cuestiona la exclusividad del arte y su accesibilidad. ¿Es la cultura un bien de consumo reservado a una élite, o un derecho fundamental que debe democratizarse? La provocación de Lloyd nos obliga a confrontar esta disyuntiva.
Además, la puesta en escena de Lloyd, lejos de ser un capricho, se erige como un comentario mordaz sobre el populismo y sus mecanismos de seducción. Al ofrecer un fragmento gratuito y deslumbrante del espectáculo a quienes no pueden costearse la entrada, mientras que los espectadores que sí pagan se ven privados de la experiencia completa, el director establece un paralelismo con las estrategias de los líderes populistas. Eva Perón, con su carisma y su retórica incendiaria, cautivó a las masas argentinas con promesas de justicia social y prosperidad, mientras que el poder real se concentraba en las manos de una élite privilegiada. Esta dinámica, reproducida en la puesta en escena de Evita, nos recuerda que el espectáculo político, al igual que el teatral, se construye sobre la manipulación de las emociones y la creación de ilusiones.
El debate generado por la decisión de Lloyd pone de manifiesto, además, la evolución del concepto de audiencia. En la era de las redes sociales, la experiencia teatral ya no se limita al espacio físico del teatro. La viralización de imágenes y videos del "No llores por mí, Argentina" en las calles de Londres amplía el alcance de la obra y genera una nueva forma de participación, aunque sea fragmentaria y mediatizada. Los transeúntes que presencian la escena se convierten en testigos y difusores de la performance, ampliando el eco del mensaje de Lloyd a una audiencia global.
Finalmente, la elección de Lloyd no solo interpela a la audiencia, sino también a la crítica especializada. ¿Cómo evaluar una obra que transgrede los límites convencionales del teatro y se expande hacia el espacio público? ¿Se puede juzgar la calidad artística de una performance que se experimenta de forma incompleta, a través de fragmentos virales en las redes sociales? La Evita de Jamie Lloyd nos desafía a repensar las herramientas de análisis y a ampliar nuestro horizonte interpretativo para comprender las complejidades del arte contemporáneo. Y en ese desafío reside, quizás, su mayor mérito.
Fuente: El Heraldo de México