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16 de julio de 2025 a las 09:25
Desechos Espaciales: ¿Amenaza Invisible?
La sombra de la torre se cierne sobre el barrio, no solo oscureciendo sus calles, sino también el espíritu de la comunidad. Es un monumento a la derrota, un recordatorio constante de la batalla perdida contra los titanes inmobiliarios. Las manifestaciones, los plantones, las proclamas… todo queda relegado a una antología de la resistencia, un eco apagado de lo que fue una lucha vibrante. Un testimonio para las futuras generaciones, si es que aún les queda la energía para luchar, si es que no han sucumbido a la apatía que se respira en el aire. David, armado solo con memes y viralidad, intentó enfrentar a Goliat. Lo señaló, lo ridiculizó, lo convirtió en el villano de la narrativa digital, pero nada pudo detener la implacable marcha de los rascacielos. En la Ciudad de México, la ley de la jungla urbana dicta que el más fuerte siempre gana.
Y siempre, siempre, necesitamos otro centro comercial, otra cadena de supermercado, otra franquicia voraz que devore sin piedad a los pequeños comercios locales. Es el precio, nos dicen, de no haber estudiado un máster en finanzas, de no haber comprendido las frías reglas del juego capitalista. La gentrificación es una plaga silenciosa que se extiende por cada colonia, devorando cada espacio, cada rincón con historia. El intrépido peatón, aquel que se atreve a desafiar el caos vial y la inseguridad rampante, observa con tristeza la metamorfosis de la metrópoli. Un monstruo de concreto que prioriza el automóvil y relega al transporte público a un segundo plano, un purgatorio de demoras y hacinamiento.
En ese peregrinar urbano, contemplamos los vestigios de lo que fue: cines transformados en casinos o abandonados a su suerte, esqueletos arquitectónicos que nos recuerdan un pasado no tan lejano. La arquitectura de la megalópolis nos asfixia, nos aprisiona en una red de desniveles, puentes peatonales que prometen seguridad pero que a menudo se convierten en trampas, cruces peatonales que nos conceden apenas unos segundos para escapar del flujo vehicular, una danza macabra con el metal y la velocidad.
Rem Koolhaas, en su obra "Acerca de la ciudad", describe con precisión nuestra realidad: "El espacio basura es la suma total de nuestro éxito actual". Hemos construido más que todas las generaciones anteriores, pero nuestro legado no será recordado con la misma grandeza. No construimos pirámides, sino imitaciones grotescas, artificios, aglomeraciones de personas que buscan la siguiente oferta en espacios iluminados artificialmente, con aire acondicionado, vegetación de plástico y música ambiental que anestesia los sentidos.
Y somos expulsados, desterrados de los lugares donde crecimos, incapaces de competir con las rentas desorbitadas. Nos queda el humor negro, ese mecanismo de defensa ante el absurdo, ante la pesadilla de la gentrificación que se ceba con barrios emblemáticos como la Roma o la Condesa, protagonistas recurrentes de los videos virales que documentan nuestra decadencia urbana. Nos vemos obligados a migrar a las ciudades dormitorio, esos limbos periféricos donde aún podemos costear una vivienda, aunque eso signifique sacrificar horas de nuestras vidas en el transporte público.
Siempre les cuento a mis conocidos que la plusvalía de mi barrio es baja, pero que viene con un "paquete de bienvenida" que incluye balaceras nocturnas, halcones apostados en cada esquina y arrancones que rompen el silencio de la noche. La gentrificación se mide en esas horas perdidas en el transporte público, en la gente que hace malabares para comer en el pesero, en la combi, ese armatoste anacrónico, en el metro atestado. Se mide en las lluvias torrenciales que trastocan la cotidianidad y que, con demasiada frecuencia, se convierten en tragedias. Son los costos del progreso, el precio que pagamos por ser testigos de esta mutación urbana, de esta metamorfosis que nos deja sin aliento y sin hogar.
Fuente: El Heraldo de México