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16 de julio de 2025 a las 04:00

Descifrando el Ego: ¿Qué dice la psicología?

En un mundo cada vez más interconectado, donde la empatía y la colaboración se presentan como valores fundamentales, el egocentrismo emerge como un obstáculo en la construcción de relaciones sanas y significativas. Pero, ¿qué se esconde realmente tras esta conducta? ¿Se trata de una característica innata o es el resultado de experiencias y aprendizajes a lo largo de la vida?

La psicóloga Olga Albaladejo nos ofrece una perspectiva esclarecedora: el egocéntrico percibe el mundo a través del prisma de sus propias necesidades, descuidando o minimizando las perspectivas y sentimientos de quienes le rodean. Esta visión, aunque limitante, no necesariamente implica maldad, sino una falta de desarrollo en la capacidad de conectar con el otro. Imaginemos un jardín donde solo se riega una planta: crecerá exuberante, quizás, pero a costa de marchitar todo lo que la rodea.

La pregunta de si el egocentrismo es innato o adquirido encuentra respuesta en la complejidad del desarrollo humano. Si bien existen predisposiciones genéticas, el entorno juega un papel crucial. Muchos egocéntricos han crecido en ambientes donde sus necesidades emocionales fueron desatendidas, aprendiendo a priorizarse como mecanismo de supervivencia. Este comportamiento, comprensible en la infancia, se convierte en un problema cuando persiste en la vida adulta, impidiendo la construcción de vínculos auténticos. Es como aprender a nadar en una piscina vacía: la técnica puede ser perfecta, pero resulta inútil en el océano de las relaciones humanas.

Aquí es donde entra en juego la crucial distinción entre egocentrismo disfuncional y un sano egoísmo. Mientras el primero nos encierra en una torre de marfil, el segundo nos proporciona las herramientas para cuidar de nosotros mismos sin pisotear a los demás. El sano egoísmo, según Albaladejo, es la capacidad de decir "no" sin culpa, de establecer límites claros y de priorizar nuestro bienestar sin pasar por encima de nadie. Es la base de una autoestima sólida, el cimiento para construir relaciones equilibradas. Es como aprender a navegar: conocer nuestros límites y capacidades nos permite aventurarnos en el mar abierto sin temor a naufragar.

Las manifestaciones del egocentrismo son múltiples: la incapacidad de escuchar atentamente, la constante necesidad de ser el centro de atención, la dificultad para reconocer los errores propios y la tendencia a manipular a los demás para satisfacer las propias necesidades. Estos comportamientos, como grietas en un muro, debilitan los lazos afectivos y dificultan la convivencia.

Cultivar un sano egoísmo es la clave para evitar el egocentrismo dañino. Implica un trabajo de introspección, de reconocimiento de nuestras propias necesidades y de desarrollo de la empatía. Es un camino de aprendizaje constante, un proceso de transformación que nos permite conectar con los demás desde la autenticidad y el respeto. Es como cultivar un jardín: requiere esfuerzo y dedicación, pero la recompensa es un ecosistema floreciente donde cada planta, cada individuo, tiene la oportunidad de crecer y desarrollarse en armonía. Aprender a equilibrar nuestras propias necesidades con las de los demás es el secreto para construir un mundo más justo y compasivo.

Fuente: El Heraldo de México