
16 de julio de 2025 a las 13:10
Abraza la vida
La ejecución a plena luz del día en Guadalajara nos golpea con la crudeza de una realidad que muchos preferimos ignorar. Un hombre, un rifle R-15, una mujer indefensa. La escena se repite con variaciones en todo el país, alimentando un ciclo de violencia que parece no tener fin. Ya no se trata solo del crimen organizado, esa bestia que siempre ha acechado en las sombras. Hablamos de la cotidianidad del horror, de vecinos, compañeros de trabajo, personas que conocemos, capaces de cruzar la línea de lo imaginable con una aterradora facilidad. ¿Qué nos ha llevado a este punto? ¿Cómo hemos llegado a normalizar lo inconcebible?
La respuesta, como casi siempre, es compleja. Sí, existe un sistema judicial plagado de deficiencias, una impunidad que se ha enquistado en las instituciones, una burocracia que ahoga cualquier intento de justicia. Pero el problema va más allá de las leyes y los expedientes. Hemos construido una cultura que se alimenta de la rabia, que aplaude la inmediatez y que desprecia el diálogo. Una cultura donde la frustración se transforma en violencia, donde el dolor se convierte en arma arrojadiza y donde la vida del otro pierde todo valor.
Vivimos inmersos en una fragilidad emocional extrema. El enojo, la angustia y las heridas no resueltas se proyectan en el otro, convirtiéndose en un cóctel explosivo que detona con la mínima provocación. La falta de empatía, la incapacidad de ponernos en el lugar del otro, nos convierte en seres indiferentes ante el sufrimiento ajeno. Y lo que es aún más preocupante, esta espiral de violencia encuentra terreno fértil en la ausencia de un Estado que debería protegernos, educarnos y brindarnos las herramientas para gestionar nuestras emociones. Un Estado que, al fallar en su función esencial, se convierte en cómplice silencioso de la tragedia.
Como abogado penalista, he visto de cerca las consecuencias de esta descomposición social. Sé que la ley no puede erradicar por completo las pasiones humanas, pero sí puede, y debe, establecer límites claros. Una justicia firme, rápida y ejemplar es fundamental para romper este ciclo de violencia. Sin embargo, lo que tenemos es un sistema lento, desarticulado e incapaz de responder a la urgencia del dolor.
La solución no se encuentra en construir más cárceles ni en endurecer las penas. Necesitamos una profunda transformación cultural, un cambio de mentalidad que empiece en el hogar y se refuerce en la escuela. Debemos recuperar los valores que sustentan la convivencia pacífica, enseñar a nuestros hijos a respetar la vida y la dignidad del otro, incluso, y sobre todo, cuando piensa diferente.
No podemos seguir mirando estos crímenes como hechos aislados. Son el reflejo de una sociedad enferma, de un país que necesita sanar sus heridas y reconstruir su tejido social. Un país donde la justicia sea una realidad y la vida, el valor supremo. No se trata solo de violencia, se trata de la ausencia de justicia, de límites y de sentido. Es un llamado urgente a la reflexión, a la acción y a la esperanza de un futuro donde la vida vuelva a ser sagrada. ¿Qué opinas tú?
Juan Luis Montero García
Abogado Penalista
@JuanLuisMontero
Fuente: El Heraldo de México